
El sol, los aspersores (la brisa jugando con la luz y con el agua), el olor de la tierra húmeda, los viejos pinos de la infancia y las primeras flores del almendro. No me canso de contemplarlo todo, de respirar mi vida más a fondo. Y sigo aquí, de donde vengo.
¡Qué delicia es el poema al que se le ve el alma! Esas palabras, ese canto que se desprende del tiempo y del espacio para que yo te vea eterna de amor y de luz y de calandrias. Y voy leyendo despacio tus labios, cada vez más despacio; así como tu mirada femenina de llama, que me ama como soy, tan miope y náufrago.
La encuadernación y tacto de un libro condiciona completamente la lectura. Sin querer frecuentas más esos cálidos volúmenes, y me atrevo a decir que muchas veces prescindiendo del autor y título. El libro como caricia, en su pura materia.
Uno no acaba de estar cómodo en el exceso de uno mismo.
Hablar de libros, y mirarte, hablar de los colores, y mirarte, hablar del cielo, y mirarte, hablar de la alegría, y mirarte... Y luego, en silencio, seguir mirándote durante toda mi vida.
Antes de escribir las cosas, incluso antes de pensarlas, antes, mucho antes, es necesario soñarlas.
Amo, luego existo. Cuanto más amo más consciente soy de mi esencia, y por lo tanto de mi existencia, de mi vivir cotidiano. En el amor es más lúcido mi pensamiento, y se me hace evidente la certeza del alma (sin ninguna duda), y la más que urgente necesidad vital de la poesía.
Una visión de lo que las palabras nos dejan intuir: una realidad muy distinta de la que vemos. Una realidad más real de la que creemos ver. Vivir es saber distinguir.
Vivimos demasiado obsesionados por las palabras (empezando por mí). En exceso verbalizados y desvividos. Lo digo de verdad, echo mucho de menos un poco más de vida-vida, de sol(edad), de silencio reflexivo. En toda su extensión de sosiego. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién se calla el primero?
Veamos. Si yo dejara de escribir, ¿qué pasaría? Os lo aseguro: nada. (Y contigo ocurriría lo mismo).
(Postal para mi sobrino Antonio, en su 23 cumpleaños) ¡Voto a Bríos que la felicidad es posible! No desmayes jamás, empuña con fuerza la espada, digo el alma. Combate con arrojo, sin miedo. El enemigo no ceja, cuida sobre todo de esas tretas oscuras que le caracteriza, esas escaramuzas por la espalda, a traición. Mantente sereno en medio de la pelea. Respira, arremete, esquiva. ¡Malditos! Levántate raudo, con toda esa fuerza que tienes. El amor es tu valor y es tu escudo. ¡Adelante, adelante! No temas a nadie. Esa espada tuya -esa alma- está bien templada en la fragua de Dios, en ese fuego. Pero, insisto, no te fíes. Ándate con mil ojos, y que sepas que en esta batalla nunca estás solo. Y felicidades por tu bravura, por esa entereza.
Llevo todo el día buscando unas pocas palabras. Para que, con sólo mirarlas, me digan lo que siento.
Con el correr del tiempo necesitamos, cada vez más, la ternura y el vislumbre de la poesía. La aventura se torna más y más introspectiva, o interior, que duda cabe. Ya no nos conformamos con el arte o con la literatura, nos urge el alma, tal y como es.
Me encanta acostarme con mis sueños.
Cuántas veces me lo habrán dicho: "Piensas demasiado", "lees demasiado". Pero tranquilos, de momento sigo en mis cabales.
Mira, te lo explico. Cada palabra es tan alta como una montaña, o tan profunda como un abismo. Se unen entre sí en una geografía donde el alma se reconoce, donde la mirada no pierde ocasión de amarte. Eso es para mí la poesía.
El corazón es el centro de la única razón que nos puede cambiar de raíz la vida. El corazón, donde cada latido es un impulso hacia lo amado, hacia la única verdad de nosotros mismos.
Tengo que decirlo, debo escribirlo: ¡Qué privilegio tan enorme supone para mí ser el padre de mis tres hijos! ¡Qué honor -y qué amor- el poder compartir sus vidas y sus sueños! Me siento muy feliz en medio de esta ternura tan formidable. Son agotadores, es cierto, pero yo no lo soy menos, y la vida junto a ellos se transforma en algo más grande.
Sin Dios, con Dios. En su búsqueda o en plena huída. Esa es la cuestión, por más que divaguemos.
Produce inusual regocijo el hecho de que uno de tus hijos lea alguno de los libros que has leído. ¡Qué misteriosa relectura de la vida y del amor que la hace posible!