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Reflexiones, poemas, escorzos de vida, fe de lecturas, noticias de amigos... No pretende ser un desahogo, más bien un diálogo. Un demorarme en el resplandor de nuestra existencia. Y en su literatura.


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jueves 31 de enero de 2008

Emily Elizabeth Dickinson (1830-1886)


I'm Nobody! Who are you?
Are you - Nobody - Too'?



Amanece en Amherst (Massachussets) una luz mortecina.
Un día más entre palabras. Sola.
Y estos poemas que nadie lee, creo que son mi vida.
Pero ser feliz es otra cosa.

miércoles 30 de enero de 2008

China: inspiración de una gran literatura

Antonio Colinas escribió hace un par de años un libro delicioso. A raíz de un viaje a China hubo algo en él que se conmovió. Un escalofrío de belleza hizo mella en su interior. Tomó apuntes de las ciudades y de los juncos, de versos y de paisajes, de miradas y de colores. Todo ello nos dejó La simiente enterrada, un viaje a China (Siruela). En esa prosa tan reposada, tan llena de sugerencias y de luz.

Y lo he recordado porque estas semanas he leído varios libros de interés relacionados con China. Y he visto una película que considero una verdadera obra maestra: Hero, de Zhang Yimou. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto. Les recomiendo verla porque el heroísmo de su drama se sustenta en una estética sin parangón. Las emociones son toda una épica cromática, una lucha incesante de miradas y signos. ¡Qué espectáculo! Deleite visual y espiritual de primer orden. Pero sigamos con los libros.

Esos libros de ambiente chino que decía he leído son los que siguen. El primero Pasajera del silencio, de Fabienne Verdier (Salamandra). “Diez años de iniciación en China”, reza el subtítulo. Un libro sobre el arte de la caligrafía como lenguaje y símbolo de un conocimiento que va mucho más allá de la comunicación. Representa la caligrafía china un arte en si mismo, una representación del mundo en el perfil de su dibujo, un idioma que transforma lo perceptible. Pero el libro de la investigadora francesa es también viaje, diario, ensayo. Todo ello con dosis de novela y una gran sensibilidad lírica. (En la película Hero la caligrafía es también protagonista).

Y un libro que complementa perfectamente al de Verdier es La escritura poética china (seguido de una antología de poemas de los Tang), de François Cheng (Pre-textos). ¿Qué decir? Por una parte un estudio riguroso y concienzudo de la belleza, digo... de la poesía china desde sus comienzos, en toda su granada tradición. Poesía que escribe una perspectiva del instante eterno, que desarrolla un esbozo de lo sagrado hasta dar en la música de la brisa. Pintura de los sentimientos, pincel del pensamiento que desgrana la zozobra del tiempo y la morada de la maravilla. Cada sílaba es en la escritura china comunión y mito. Almateria. Y la antología de poemas que sigue al ensayo es el mejor ejemplo de la grandeza de la poesía china. Su levedad es directamente proporcional a su delicia. Se escucha aquí “el río profundo” de nuestras vidas. “Día de primavera en el horizonte, / en el horizonte donde el sol ya declina. / Se oye cantar a un ruiseñor como si, con lágrimas, / humedeciera la más alta flor”.

Y ahora un libro clásico de la literatura china (aunque ¿hay algo en esa gran literatura que no sea clásico, esencial?). Los mandarines, de Wu Jingzi (Seix Barral), escritor de primera mitad del siglo XVIII, es un ejercicio de muchas cosas. Del destino de un hombre y su actitud moral, de testimonio universal de la degradación del poder, de sátira social, no poco de autobiografía, de análisis de costumbres… Cuando lo leía me transportaba a veces a El Satiricón de Petronio (Gredos), o a ese inventario de vicios y virtudes tan propio de La Comedia Humana de Balzac o, salvando las distancias, del mejor Norman Mailer. Jingzi es un empedernido observador de la realidad que le circunda, pero también se palpa a si mismo. Es un sociólogo del comportamiento humano. Contempla e interpreta los detalles, los prejuicios, las medias verdades… Pero esa realidad no se queda en lo superficial, ni en una moralina cansina. Por eso su libro es de tan amena lectura, tan actual, tan moderno. Es un libro indispensable. Repito: indispensable. (A propósito, no hay que dejar de mencionar que la versión de Laureano Ramírez Bellerín le supuso el Premio Nacional de Traducción).

Termino con dos novelas de nuestros días. La detectivesca El ojo de jade, de Diane Wei Liang (Siruela), conjuga la intriga y la más reciente y lúgubre historia china. Secretos, temores, audacia… El arrojo de una gran mujer -Mei- y la ágil y estupenda escritura de la autora. Un descubrimiento que me ha entusiasmado. Porque es trepidante, pero sobre todo porque uno siente que se encuentra ante una novelista que merece la pena. También me ha gustado La vida secreta de Joya de Oriente, de Maureen Lindley (El Andén), basada en un personaje femenino fascinante. Toda una princesa china que se siente libre y se rebela contra lo establecido de un protocolo asfixiante. Que huye en busca de una vida más plena, y viaja por la geografía de un desamor inevitable. Y acaba topándose con los muros de su propio hedonismo. La historia de una mujer que no sabe qué hacer con el peso de su melancolía y sensibilidad, con un corazón tan ansioso de aventura -espía que expía en su vida una continua insatisfacción- como impotente para alcanzar un poco de felicidad. Ni la gripe consigue que dejes su lectura. Una novela bien narrada y muy sugerente.

Algo extraordinario sucede en la noche


Hay noches en las que amanece
algo extraordinario. Algo que te deja sentado, estupefacto,
mientras paseas entre palabras que no mienten.
Y, pese al sueño, sueñas una vida
más transparente.
Sueñas la pureza
de una claridad que colma por entero tus sentidos,
la oración de esa luz
que limpia de tinieblas la noche.

Ellas -las palabras- y tú
como únicos testigos.

martes 29 de enero de 2008

Todo


Eso somos. Polvo
desparramado por la tierra.
Sombras.
Y poco más.

Pero ese poco es
todo.
Lo noto cuando recojo los platos
o paso el aspirador por la alfombra.

Perfecto gozo,
goce súbito.
Embeleso infinito
de la criatura.

lunes 28 de enero de 2008

Carta a Mercedes Castro (insisto en su novela "Y punto.")



Querida amiga:


Bueno Mercedes, la verdad es que leo tanto -y tan variado- que corro el peligro de perderme entre la excesiva cantidad de bobadas. Porque es lo que más se prodiga. Por eso, cuando de pronto voy desbrozando las primeras páginas de una nueva novela -o poemario o ensayo- y siento que me sugestiona, que me atrapa, que no hay manera de parar, y que las páginas son ya amigas, y que el ritmo de todas esas palabras me cuentan una historia que es literatura de verdad y que, por lo tanto, va más allá de la literatura y de esa misma historia..., entonces siento la conciencia muy clara de un don, y de un agradecimiento. Siento que debo leer más a fondo y, por lo tanto, darle la vuelta en mi propia vida.
Las páginas se suceden, y se suceden las horas. Y eso es lo que me ocurrió con tu novela Y punto. (Alfaguara). La lectura cuajó en la maravilla. ¡Dios! Y te confieso que sentí envidia de esa escritura; del pulso de un alma así. (Y perdona, pero es que no sé decirme de otra manera). De alguien -en este caso tú- que sabe percibir en detalle el drama de la vida. Y cuando digo drama no estoy hablando de tristeza. Hablo de una mirada que se adensa en la demora de la contemplación de su propia existencia, y de la de los que le rodean. Porque es de ahí de donde nace tú historia.

¿Qué es la realidad? La realidad es tu vida trascendida en novela. En esa épica de la cotidianidad que vas reflexionando y analizando a través de tu elegía, de esas palabras que hilvanas a la conciencia de tus lectores. Pero también el drama de la "aparente" ficción esconde sus momentos de dolor (junto a los de gozo o esperanza); esos instantes de soledad o incomprensión. Creo que todos los que escribimos intentamos buscar un poco de ternura, de esa resurrección del tiempo que quizá permita que las cosas sean de otra manera. O poder encontrar unas palabras que nos digan, a lo largo de la narración, lo que no nos atrevemos a decirnos a nosotros mismos.

Mercedes, ya ves, esto de la literatura es un desvarío. Pero para mí es el desvarío más sensato y bello que conozco. Y por ello me siento en deuda contigo. Lo pensaba estos días en el Pirineo, mientras leía a Emily Dickinson y miraba la altura de la luz. O acariciaba la escarcha... Cada uno somos la posibilidad de un texto que nos cuente lo que en realidad somos, o queremos llegar a ser. Y yo encontré algo de mí en Y punto., algo que logró emocionarme y sentir que no estaba ante una novela más, ni ante una escritora que se complacía únicamente en el halago de sus propias palabras.

¿Qué puedeo decirte ? Una sola palabra: gracias. Gracias por escribir. Y un beso.

El cansancio de las palabras


Con el tiempo se acumula el cansancio
en las palabras.
Como en la vida.

Aquí están, miradlas -“beso”,
“agua”, “soledad”, “despedida”-,
sin fuerzas para decir nada.

Palabras anfibias
-calladas-,
entre el dolor y la tinta.

domingo 27 de enero de 2008

Sobre el amor y sus circunstancias

En el amor los hombres a veces perdemos de vista lo que resulta más obvio: que es cosa de dos. Eso y que nos acostumbramos con demasiada facilidad al milagro que significáis vosotras, mujeres, en la vida de pareja, en nuestra vida. Es como si, con el paso del tiempo, unas tremendas cataratas nos fueran empañando la visión del alma. Del corazón en este caso. Y nos cuesta poner buena cara, sonreír en el momento oportuno, contar cómo nos ha ido el día, o incluso dar un beso, o un sentido abrazo.No hay que ser ningún superhombre para tratar con ternura a nuestra mujer. (¿Es de verdad “nuestra” y nosotros “suyos”, hasta el último detalle, hasta la confidencia más inocente?). Basta con estar enamorado, con rememorar de cuando en cuando el momento y lugar donde la conocimos. ¿Recordáis? Justo en aquel instante en el que fuimos conscientes de que nuestra vida acababa de empezar y cualquier cosa merecía la pena. Aquella primera mirada la mujer la retiene de por vida, incapaz de olvidar algo tan sagrado.No debemos dejar que el amor se enfríe en el gélido afán del egoísmo. Las caricias no solamente son físicas. El amor es una realidad constituida de carne y espíritu. Cuando se besa, se besan los labios, pero es también la imagen de la unión de dos almas. Y ésa es la esencia de un beso (o la del sexo vivido como Dios manda), ésa es la privilegiada revolución sobre la que se asienta la fidelidad o felicidad. No cerremos pues los ojos a la belleza verdadera, al cariño que se nos da de forma tan desinteresada como extraordinaria.¿Qué es el amor?, me pregunta una señora con ecos becquerianos. He pasado días meditando una respuesta digna, consultando libros, hablando a fondo con mi mujer del tema. Al final he llegado a una conclusión. El amor es un regalo, un don que no merecemos y ante el cual no sabe uno muy bien qué decir, balbuceando piropos con estupor. El amor es una continuada admiración, es un pequeño gesto, es el principio y el fin de nuestras vidas, es la facultad que tiene el hombre de ser auténticamente libre. Y los cimientos del amor, no lo olvidemos, se asientan en los detalles. Ofrecer y ofrecerse. Sin perder de vista que el amor es muchísimo más que un flechazo, capricho o equívoco suspiro. La vida no es una novela romántica. Estamos hablando de un nombre y de unos apellidos, estamos hablando de aprender a sufrir juntos, estamos hablando de una persona que nos espera y que nos escucha. Que nos quiere.

La última vez




De repente un portazo. La soberbia
hace ahora acto de presencia, indignada.
Dice, muy seria, que no cena nada.
Y se calla. Prefiere antes su rabia.

Será la última vez que entre en mi casa.

sábado 26 de enero de 2008

En la luna


(Jaca)



Era una noche de marzo de un año cualquiera.
Las ramas de los chopos parecían adornadas por estrellas.
Y yo -una vez más- en la luna,
pendiente de cómo las sombras hacían figuras
a la luz de las farolas.

Cuando me acosté era ya muy tarde
para hacer algo de provecho en mi vida.
Y poco a poco la noche se había quedado dormida.

viernes 25 de enero de 2008

Algunos lugares de la poesía (María Zambrano)

Para María Victoria Atencia, poeta y amiga



Esta mañana de invierno podría abrigarme con un sueño. O sentarme en el buen auspicio del sofá y leer en voz alta algunos versos de Virgilio. O de Horacio. Y hacerlo en latín, para mejor entender el ritmo de su hechizo. Pronunciar despacio las sílabas, sentir la emoción del tiempo y la ternura del arte. Quisiera ser un criado del Dante, y ganarme la vida limpiando su mesa de trabajo de esa tinta que se desprende del amor por ella. Ella: Beatriz Portinari. Y colocar sus libros y borradores en el estante, mientras recuerdo el día en el que se le “apareció vestida de blanquísimo color”, en la calle. Lo cuenta en la Vita Nuova (Alianza). Basta leer para estar allí y ver otra vez el rubor del cielo de Florencia.

Esta mañana de enero soy también testigo del sol, que dibuja en el suelo -perfectamente delineados- otros versos, esta vez de Eliot: "Tiempo presente y tiempo pasado / se hallan, tal vez, presentes en el tiempo futuro, / y el futuro incluido en el tiempo pasado". (Cuatro cuartetos, magistralmente traducidos por Jordi Doce para Círculo de Lectores). Horacio, Dante, Eliot… están en mi presente y hacen de mi futuro un pasado que cotidianamente en mí resucita. En este sol, y en esta luz que no acabo de comprender del todo, pero que intuyo en su resplandor de poesía. Algo así le debía ocurrir a María Zambrano. Su genio le hizo ir descubriendo que el pensamiento primero es la contemplación de la belleza. Que el poema construye una alquimia perfecta. De razón, de corazón, de vida.

Algunos lugares de la poesía (Trotta) es mucho más que una recopilación de textos de Zambrano (sobre distintos aspectos de la poesía la primera parte y comentarios sobre algunos poetas la segunda). Es una articulación del misterio que vive dentro de nosotros, y de la que da fe su “actitud esencial” a la hora de analizar y reflexionar sobre los poetas y sus palabras. Palabras que se adentran en el alma de la filosofía -del afán de saber y amar la verdad-, y que germinan en continuas iluminaciones sobre el ser y el sentido trascendente de la existencia (y el discurrir de la Historia). La emoción de la poesía nos da razón del resplandor de las cosas. Y del hombre. Hay en ella una coherencia eterna, donde nuestra libertad escoge.

Decir todo esto puede parecer un divertimento demasiado etéreo, propio de seres muy elevados o muy desocupados. Palabras bonitas, eso sí; cautivadoras. Pero yo les aseguro que la felicidad no anda muy lejos para quien piensa en la belleza, en su herida. Para quien desbroza el tiempo, las ocupaciones y la prisa, y es capaz de sostener la mirada a la mañana. O de leer unos versos. Y este libro -Algunos lugares de la poesía- ayuda. Ya lo creo que ayuda. Devanando el sustrato último de la poesía en la prosa magnífica de María Zambrano. Mientras yo sigo pendiente de esta luz que entra a raudales por la ventana. Y por el alma. Y me conforta en su certeza.

Cura de humildad


Escribes por quitarte de encima el desconcierto
de tu vida -viva de pura belleza.
Ese desconcierto que comienza cuando respiras
tu propia conciencia de estar vivo.
Pero no acabas de fiarte del todo de las palabras
que escoges con tanto mimo .

De madrugada te levantas y palpas
a tientas otro poema.
Y nada
de nada.

Guillermo,
esta noche la poesía prefiere el silencio.

O tu vida.

jueves 24 de enero de 2008

Instante matutino


Todos los días la bendita rutina. Hacer la cama
-¿quién se ducha primero?-,
y el desayuno de unos besos mientras nos comemos las tostadas.
El agua se derrama por el sueño.
Siempre lo mismo. – Venga, preparaos la mochila.
Bostezos. Quejas. Y por el pasillo te encuentras los pijamas.

Lo diáfano


Lo más diáfano es la almateria
de tu mano cuando peinas
la luz por la mañana.

Y la providencia
de tener mi vida a tu lado.

Y yo que me las prometía tan felices hoy

¡Y yo que me las prometía tan felices hoy, entrando de lleno en el festín de una novela de Mary Shelley que, traducida por vez primera al español, está ahí, esperándome! Pero el correo de un amigo me ha fastidiado el envite. ¡Qué amargura la de ciertos zascandiles de salón! Algunos políticos parecen tener la siniestra vocación de hacer que cada vez se aborrezca más la política (o que se nos haga la vida imposible), con orgullo y desfachatez. Al menos a mí me ocurre. Y creo que a más gente. Un rápido repaso a la actualidad por internet me basta. Tengo mucho por leer y mucho hijo que educar y una única y maravillosa mujer a la que piropear a conciencia, como para perder el tiempo en hirsutas polémicas y analfabetas banderías. En esa hartura que es el rastro de su incompetencia y desvarío. No valen ni un solo verso de mi tiempo.

Sonrío porque estaba pensando en que ayer por la noche el informativo vespertino de una cadena de televisión me pilló desprevenido. En un movimiento reflejo de legítima autodefensa intelectual abrí el primer libro que encontré a mano. Era Los señores del límite, una selección de poemas de W. H. Auden, que editó Círculo de lectores. Suena pretencioso, lo sé, pero es la puñetera verdad. Podría haber sido la última cosa de Paulo Coelho o la revista Telva -tan guay ella-, que me daba igual. El caso es que me aburre escuchar diez veces lo mismo, y me escandaliza constatar una vez más que mi gobierno pasa de las víctimas del terrorismo en un congreso internacional. O que el desquiciamiento moral de la sociedad -occidental u oriental-, y la afasia cultural, provoca cada vez más violencia. Violencia verbal, de género, de intolerancia poética (perdón, quise escribir política), juvenil, de patologías sexuales, de variopintas tiranías o terroristas sin cuento (por ejemplo: menudo negocio tienen montado las farc colombianas con la droga y los secuestros, teniendo de comparsa -o de lo que sea- al venezolano Chávez).

Sentí vergüenza ajena cuando escuché a dos personas supuestamente educadas, dos relucientes candidatos demócratas a la presidencia de los Estados Unidos, enzarzarse en un intercambio de increíbles descalificaciones personales, más propio de otros ambientes. Les aseguro que después de aquello yo no les votaba ni bajo pena de arresto. Y ahora, este buen amigo, me informa por correo electrónico de la última perversión del gobierno regional de Cataluña, sito en España. Están amañando un “anteproyecto de ley sobre centros de culto o de reunión con fines religiosos”. ¿Propósito final y primero? Tocarle los h… a la Iglesia. Se escapó. (Intento ser correcto y elegante, pero la fullería y el sectarismo me trastocan en ocasiones la literatura, dejémoslo en los puntos suspensivos). Poder abrir y cerrar iglesias y monasterios, aprobar o suprimir procesiones y romerías… Y es que les encanta provocar y escandalizar a costa de los cristianos. Al fin y al cabo todo esta gestión dependería de un tal Rovira Carod -o viceversa-, que estudió en el seminario y que se define a si mismo como “un agnóstico de cultura cristiana, defensor del laicismo”. (El Mundo, 22 de enero de 2006, suplemento Magazine). Todo un esperpento el caballero. Y un fraude al que se lo llevan los demonios.

Y yo, después de escribir esto, me vuelvo a la novela de Mary Shelley, El último hombre (El Cobre ediciones). Puede que me dé alguna clave para descifrar toda esta parafernalia. Ya les contaré. Pero se me ha quedado mal cuerpo, esa característica desgana.

miércoles 23 de enero de 2008

Carta a Joseph Conrad (por su 150 cumpleaños)

Querido amigo:

Déjame llamarte así, amigo. El trato frecuente con tus obras hace que me atreva a ello, y espero no te sepa del todo mal. Esto de la vida -cualquiera que sea su destino- es un asunto que se ventila enseguida. (No tardaremos mucho en vernos). Un trago que para unos es mal trago desde luego, y para otros algo que resulta más llevadero. El caso es que la vida nos la bebemos muy deprisa, y normalmente sin mucho pensar. Estarás de acuerdo conmigo en que damos excesiva importancia a estúpidos devaneos que a nada llevan y que somos muy dados a perder el tiempo y el sentido de la proporción. Y eso que antes llamaban decoro.

Ya me dirás. Está obsesión con las modas y con lo material. Nada es lo que parece, pero mucho menos si anda de por medio el dinero. Algo dices de ello en tus libros. Puede que en tu Crónica personal (Alba), no estoy seguro. Ya se ve que no es algo nuevo, pero para el alma es un peso enorme que nos lastra hacia lo peor de un cada vez más oscuro abismo. ¿También en los años que te tocaron vivir existía este afán exhibicionista, esta absoluta negación del silencio? En el gremio literario -hoy, siglo XXI- cunde la vanidad hasta lo patológico, y un grave desconcierto. Y te lo digo sinceramente, entre tanto acto, pacto y derivadas publicitarias hay una sobreactuación que hace que no me fíe de la mayoría de los libros que se editan.

Por eso volver a tus obras es volver sobre seguro, recobrar el aliento, ir directo al grano: a la aventura del ser humano quiero decir. En su soledad y en sus miedos. Y eso que aprendiste el inglés a los veinte años. Creo que Faulkner admiró en ti la precisión y el mimo (en ocasiones con cierto rebuscamiento, como señala Claudio Guillén) de tu lenguaje y el significado más moral de tus relatos (tu origen polaco se percibe aquí). Leer por ejemplo Lord Jim (Mondadori), El negro del Narcissus (Valdemar) y, sobre todo esa obra de madurez que es El copartícipe secreto (Atalanta), significa adentrarse en los misterios del mar de la existencia. Un mar que surcaste mil veces y otras mil lo recreaste con palabras, asomado al horizonte del pasmo y de la evocación que te inspiraba su imagen.

He leído muy a gusto la extraordinaria biografía que ha escrito sobre ti John Stape. La ha titulado Las vidas de Joseph Conrad, y en español -idioma del que tomaste clases- la ha editado Lumen. Logra el autor que uno te conozca mejor y se sienta atraído por esa integridad artística -tan alejada del misticismo estético- y por esa constante inquietud que fue tu vida. Y durante su lectura iba alternando la relectura de Nostromo y El agente secreto (ambos en Valdemar). Y hace un momento acabo de terminar El corazón de las tinieblas, en la exquisita edición -con traducción de Sergio Pitol- que nos ofrece Galaxia Gutenberg. Y como desde donde estás lees con más fluidez, recordarás el piropo de Jorge Luis Borges sobre este último texto, del que escribió que era “el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado”.

Recuerdo que Féliz de Azúa -un poeta memorable de mi tiempo que escribe una no menos memorable prosa- dedicó un capítulo de su libro Lecturas compulsivas (Anagrama) a los “modernos de todos los tiempos”. Creo que tú no figurabas en su lista. Pero te añado yo. No voy a decir que seas un escritor clásico, pues nos arriesgamos a que te difuminen en el sombrío paraje de lo muy distante. Pero se puede decir casi lo mismo con esa feliz expresión de Azúa: moderno de todos los tiempos. Por eso tus libros se leen tan bien hoy. Y se leerán siempre. Porque nos ponemos en el pellejo del capitán Marlow -y de otros de tus personajes- y seguimos sintiendo la incertidumbre del destino que nos acecha. Pero también sentimos el valor ante la adversidad. Sea cual sea.

Puede que no muy lejos de ti esté Robert Louis Stevenson. Le saludas de mi parte. Un gran abrazo.

La degradación del alma

El olvido de lo sagrado es la perdición del hombre contemporáneo. Por supuesto Dios es una entelequia o una broma de los de siempre -¡qué manía por adoctrinar!-, alguien que resulta demasiado incómodo y demodé (por más trascendental que se ponga), y al que se puede despreciar según convenga. De hecho no es casual el evidente desprecio por la verdad, así como la obcecación en la blasfemia más soez, y la falta de respeto. De palabra y de obra, con una miseria intelectual que se resume en carcajada, en amargura o en odio. Tal cual. La cultura se nos está quedando vacía de tanto no estudiar, agonizando en la marisma de lo superficial. El pensamiento degenera muy deprisa en cotilleo. ¿Cultura? Cultura es todo, por supuesto, aunque para algunos la cultura cristiana nada tiene que ver con Europa o con la literatura más seria. Lo dicho: manías. Como tanta traca con la familia.

Y muy pocos dan importancia al hecho de que nos estamos acostumbrando a la mentira como medio de alcanzar como sea lo que sea. La misma vida parece ser una casuística de aberraciones de la que se puede disponer según capricho o conveniencia retórica; y la libertad sufre la asfixia de una pamplina de leyes injustas, o el celo de una deformación ideológica y gremial. En cada sueño alguien se encarga de sembrar una ignominia, y en cada alma germina muy pronto la discordia. Y se prefiere -es mil veces más cómodo y resultón- la vanidad a la caridad. Podemos comprarlo todo, pero no podemos adquirir en las rebajas algo tan esencial como la alegría o la esperanza. Y por más que se disimule en una apariencia muy estirada, el hombre contemporáneo no es feliz. Porque la felicidad no se plagia, ni se lee, ni puede bajarse de internet, ni lleva máscaras.

No hace falta ser creyente o doctor en filosofía pura para darse cuenta de estas cosas, ni yo tengo ninguna gana de adoctrinar a nadie. Allá cada uno con su sagrada libertad. Pero si me callara no podría seguir escribiendo aquí.

martes 22 de enero de 2008

Su nombre


Cuando pronuncio su nombre
deletreo el alma de las cosas.
Ahora está a mi lado.

Ana. Ella.

Enamorado,
la miro siempre con sorpresa.

Y con destreza.

Memoria de mar




¿Imaginas? La orilla del mar. Y tú
sentada sobre la arena.
Las piernas extendidas hacia el mediodía
y las manos en su huella de luz. ¡Mira!
Una ola acaba de reconocerte, y salpica
en tu cuerpo
su líquida estrategia de espuma.
Y gritas en mil gotas la vida
que nada en el brillo de tu mirada
submarina.

¡Cuidado! Otra ola… acaba
de verte. Y te saluda.
Estás empapada de amor
y de ese mar que llega a la playa
de mi escritura.

lunes 21 de enero de 2008

A todos ustedes, que me leen



Venga, todos ustedes que me leen, asómense a la ventana que esté más a su alcance. Para unos será de día, para otros de noche. Chicago, Madrid, Santiago de Chile, Bucaramanga, París o Miami. Pero da igual. Somos todos del mismo continente: el de la vida. Asomen esa vida a la esperanza y abran sus ojos sin miedo. ¿Sienten el viento, sienten la brisa? Puede que sea el mismo Dios, que hace acto de presencia. O puede que sea el deseo de ser felices a pesar de todo, sin prejuicios ni cobardías. (La mentira siempre está triste). No se muevan, no tengan prisa. Respiren, sean más conscientes del don de los días. Así. Indaguen en el interior de las palabras que piensan, o quizá rezan. Puede que hallen una música distinta, un matiz extraordinario en cualquier detalle. ¿El perfil de esa nube? ¿La mano del amor en su mano? ¿El pelo de esa chica por la calle? ¿La resurrección de Cristo en una nieve tan blanca? ¿La sonata allegro molto vivace del oleaje del mar? Fíjense muy bien en el prodigio constante que vemos. O que no acabamos de ver del todo. Salgan un momento de su cómoda costumbre y admiren las acacias que brotan de la luz, o esa luna que perfecciona a la noche. Los brillos amarillos del verano o la conjetura estremecida del invierno. Debemos sacar conclusiones sobrenaturales cuanto antes si queremos sobrevivir a la embestida de lo insensato y más soez. Demasiadas insidias nos quieren confundir, apartarnos del misterio de la gracia que fluye por este viento y esta brisa, y que experimentamos hoy, asomados a la ventana no siempre aciaga del lunes.

A simple vista




Para Lucrecia


¿Qué decir de la vida? A veces no la encuentro
de tanto como la escondo.
Y voy de aquí para allá,
cansado de tanto inútil galimatías.
Busco por los libros distintas pistas,
o detrás de los cuadros, o entre la vajilla...
Y me pongo de rodillas para ver si Dios me dice algo.
¡Mira que soy tonto! Cuando la tengo a simple vista.

domingo 20 de enero de 2008

En soledad



Para F.M.



Bueno, sí, está bien, me siento
un poco solo. Algo inaudito,
desde luego, pues tengo a mi familia,
que me acompaña y estimula en ciertos momentos
de espesa niebla.
Y está Dios, que endereza mi pereza
y me ayuda a caminar por la noche
de los sentidos.
Bueno ¿y qué decir de los amigos
que me llaman por el teléfono
del alma?

Y aun así me siento solo
en medio de un paisaje desolado,
o en el centro del poema
que es el laberinto de los años.
De verdad, no lo entiendo.
No estoy triste ni acuciado de melancolía,
o en ese equilibrio ambiguo
de los sueños.

Es cierto, busco la soledad
para ver el vestigio de la luz en enero,
o pensar más despacio en un trance de Eros.
Y quizá para escribir los primeros versos
de la genealogía de unos labios
(esos que se posan en las ramas
del silencio).

En esa soledad nunca me siento solo.
Hace sol en ella. Y poesía…
Pero desde hace unos meses estoy solo
en compañía.

Y tengo un testigo.

El sueño de mi vida


El sueño de mi vida
no es escribir un poema perfecto,
ni siquiera una novela –que siempre tendría más eco.
Tampoco llegar a viejo
rodeado de una inmensa biblioteca
y de nietos pluscuamperfectos.
O emparentar con ricos prebostes de ensueño
que me regalaran un pequeño cuadro de Tintoretto,
o la elegante caligrafía de un apunte de Amado Nervo
(que conoció a Verlaine y murió triste en Montevideo).
El sueño de mi vida no es tener un chofer y doncellas
de cabellos como el trigo y ojos color cielo.
Ni ser visitado por la flor y nata del pensamiento europeo
o viajar en un gran velero hasta el último confín de la belleza.

¿Os lo digo? El sueño de mi vida ya lo poseo:
es el beso de Ana cada mañana,
cuando despierto.

sábado 19 de enero de 2008

Contigo


No sé si te has dado cuenta, pero nos amamos
desde primeras horas de la mañana - ¿recuerdas
ese temblor en la espalda?,
dijiste: “Ya está aquí el frío”,
y era yo, que te miraba…
Luego, en el desayuno, abrimos la nevera
para besarnos los ojos, sin que nos vieran
los niños.
Y cuando te duchas, imagino
desnudas mis palabras
de sonidos.

Pronto te vas... Ya te has ido.
Y yo cierro las persianas y los libros
para quedarme a solas contigo.

Hasta que vuelvas.

viernes 18 de enero de 2008

"Y punto.", una gran novela de Mercedes Castro


Y punto… final. Ya está. Ya he concluido la lectura de esta novela maravillosa e impactante de Mercedes Castro. Su primera y meritoria novela. Dos días de absoluta felicidad narrativa, de una lectura donde me he implicado -y aplicado- mucho como lector. Porque son cosas que suceden a tu alrededor. Una novela Y punto. (Alfaguara) donde he sucumbido a la fortaleza y a la ternura, a las dudas y a la lucha de Clara Deza, policía de profesión. Una mujer -permítanme la alusión- como la mía: luchadora, apasionada, entregada a su marido, que no conoce el descanso, buena pero con carácter, y muy femenina. Como la mía y como tantas mujeres más que bregan con las horas del día para poder llegar a todo, y que tantas veces se mueven en el límite de cierta amargura, y de la angustia. Y que no admiten las medias tintas, ni las chapuzas, ni los comentarios frívolos (esa visión de la vida de aquellos que parece que no sufren ni padecen, entre el fútbol, el sexo o vaya usted a saber). Y que se rebelan en sus distintos trabajos contra el abuso de tantos hombres, contra esos comentarios jocosos pero humillantes, y esa cada vez más nítida falta de educación.

¿Qué simplifico? Muchas de estas cosas que he leído en Clara Deza las he escuchado en mi propia casa, saliendo personalmente al paso de jefecillos indignos de su puesto. Y mi mujer lloraba impotente. Como tantas otras mujeres acosadas por la falta de respeto y la incomprensión. Algo -y eso es lo peor- a lo que te acabas adaptando porque necesitas ese sueldo, y la costumbre. O para no acabar en el desquiciamiento o en un ictus cerebral. O con ese bultito debajo del pecho. Y el miedo.

Ya ven, me he puesto reivindicativo. Porque me solivianta tanta bobería, pero también porque es una de las cosas importantes de esta novela. Me parece. Su faceta de descarnado reportaje social, que sirviéndose de una profesión como la de policía, va recorriendo no sólo su “intrahistoria” laboral, sino también la más variada podredumbre pues eso: social. Y Clara hace lo que puede y nos cuenta la miseria moral de una sociedad que no quiere ver más allá de sus confortables narices, escurriendo el bulto de la verdad.

La novela tiene también su evidente débito al género policíaco, en la investigación de diversos casos, donde Clara templa sus nervios y pone a prueba su perspicacia e intuición. Y su paciencia. Sin aparcar nunca los sentimientos de una mujer que tiene una rica vida interior y que está necesitada de afecto y comprensión. Clara Deza es la unidad de todo eso y de mucho más, como nos pasa a todos. No es nada fácil conjugar la vida profesional, familiar y emocional. En el entramado de las dificultades, rutinas y tensiones cotidianas, saliendo del paso unas veces con humor, otras hablando sola (resignada) o sencillamente cantando una canción. O escribiendo una novela, no sin cierta ironía.

Pienso que la gran virtud de esta narración es su fuerza moral, escrita en una prosa excelente y para nada pesada. Su buen montón de páginas se digiere a la perfección, saboreando el suspense de la acción y la intensidad de la contemplación. ¿Novela realista? No sé muy bien si esto de encasillar sirve para algo. Porque es también una novela idealista y de cierto aroma romántico en el fondo, que busca la belleza de la esperanza. Estamos ante la descripción de una existencia épica -doméstica y profesional- que, entre crímenes y familia (su marido Ramón), busca su propia identidad. Busca cómo ser feliz en ese largo conflicto que es la vida y su transcurrir.

Bienvenida a la gran literatura Mercedes Castro. A mí al menos me has conmovido y deleitado. He aquí una historia que merece la pena. He aquí nuestra historia. Y punto…y seguido. Porque a partir de ahora debemos de estar muy pendientes de lo que tú escribas.

jueves 17 de enero de 2008

Sobre mi letargo


Podría no estar aquí, podría no sé, podría estar en un apartado rincón de África y ser negro como la noche. Y vivir de la caza -cuando se tercie- y pasar hambre y enfermedad con frecuencia, sin farmacias o urgencias donde pedir ayuda. Y ver que mis hijos aprenden el alfabeto de las estrellas por pura necesidad, y no por estética. Y aun así querer a mi mujer más que a mi propia jabalina o a mis flechas. Podría ser un poeta desterrado en Siberia -o en alguna cárcel de Cuba- por prescripción política. Y soñar con una familia como la que tengo yo ahora, y tener buenos libros a mi alcance, y una caricia. Hilvanar versos de memoria para rezarlos de madrugada. Y ser cada día más libre, pese a la tortura. Podría ser un paria de la India, tendido en el barro del desprecio. Y vivir en diez metros cuadrados de desdicha con mi mujer y mis tres hijos, comiendo basura y bebiendo agua de lluvia. Pero abrazados a un amor inquebrantable. Podría vivir en una chabola de las afueras de Lima, o de Caracas, o de Río de Janeiro. Y escupir por el alma mi desesperanza, mirando esa luz tan oscura del cielo.

Sin embargo estoy aquí, en la confortable casa del centro de una gran ciudad europea. Con mis libros y mi ordenador, con mi familia estupenda, con mi ducha de todos los días, y con mi música. Y con unos pocos euros en la cartera con los que darme un capricho o beber un zumo de mango. Y de vez en cuando -es el colmo- tomar un taxi que me lleve a cualquier extremo de mi designio. Ah, y también escribo -ya lo saben- saneados poemas y crítica literaria de lujo.

¿A qué viene todo esto? Pues no lo sé muy bien, pero desde luego alguna decisión debo tomar sobre mi vida. El letargo dura demasiado tiempo.

Reflexión crítica


La espuma te ilumina
JOSÉ CORREDOR-MATHEOS



Un libro espera mi sagaz comentario
de hombre acostumbrado a la intriga
que se esconde entre las sombras
de la tinta. O de los días.
¿Quién soy yo para decir nada
de nada
sobre unos poemas que emergen de las olas?
Escritura de espuma, o luz
que abriga al viento de su propio frío.
Las últimas hojas
creyeron oportuno esperar al invierno.
Y veo en su espiral movimiento
de caída
el dulce flamear de algunos recuerdos.
Cuando era niño
y la poesía era siempre en verano.
Sin libros, sin palabras, sin tiempo, sin tinta.
Tan pura que reconocía en ella la mano
propicia de mi madre (se le daba muy bien el clima
y los colores con los que pintaba mi vida).

Poco, sí, muy poco puedo decir de esos poemas
o de esas olas que empapan de inéditos paisajes
mi lectura.
Las hojas caen hacia la altura
y se posan discretas entre las nubes.
No veo visiones -¿o sí?-,
veo el limbo y el pecíolo de las hojas
allá arriba, en el suelo
de un cielo donde ya nada es literatura.
Es la claridad
que nos queda cuando estamos muertos.

Por eso recojo de la acera las hojas…
Porque son signos de mi mismo.
Porque en su caída he comprendido las paradojas
del destino,
y el sentido del sonido de aquellas olas
que ahora pronuncian las palabras.

miércoles 16 de enero de 2008

La mirada de mis hijos




Para Cristina, en su cumpleaños


Nunca he sabido muy bien como afrontar la mirada de mis hijos. Con un libro sé a qué atenerme y lo solvento enseguida. Pero esas miradas… son algo muy distinto. Trajinan en torno a mí y me ven tal cual soy, sin palabras de por medio. Sin afeites ni disimulos. Directamente al alma. Miradas donde veo el futuro, y mi pasado, y la eternidad del cariño. ¿Qué digo? Miradas donde me proveo de una alegría inmaculada. Son mi fuerza y la bendición de cada mañana. En su fondo encuentro resuelta la intriga de mi propia vida, esas cosas que parecen indisolubles y te hacen sufrir, y que al contacto de esas miradas quedan en nada. No debo distraerme de ellas, no debo dejar de mirarlas, de contemplar el brillo que deja en sus ojos la luz y su conjuro. Y es que cuando esas miradas me miran tengo absoluta conciencia de ser feliz. Y de interpretar correctamente lo que me pasa.

Nos quejamos de todo


Nos quejamos de todo.
Desde primeras horas de la mañana
el café está frío.
Y la meteorología es un rito
para ir desgranando la amargura
en la lluvia, en el viento o en el granizo
de unas cuantas palabras hipocondríacas.
Es la manía
soez de la política.
¡Menuda pandilla de mentiras!
Y amanece sin planchar nuestra camisa
preferida, la rosa.
Ese gobierno traidor, y los nacionalistas
de orgasmos terroristas…
- La leche tiene nata, ¡qué asco!
Así no hay quien viva.

Nos quejamos de todo.
Y todos los demás son necios
e hijos de necios. O vecinos.
Gente sin escrúpulos ni ideas,
cuyo único afán es llevarnos la contraria.
(Alevosía, sordidez y ceniza).
El sino de un jefe verdaderamente idiota
es un principio universal. – Oiga señorita,
esta carne es una indecencia
. El Real Zaragoza
nos hizo perder la sonrisa
en algún lugar del domingo. Y el lunes
ni siquiera se afeita, de la misma pena.

Por no hablar de los hijos,
o de la agricultura, o de esos periodistas
independientes de la mañana.
O del cine español (optimista
por subvención y por las pupilas de Elsa Pataky).

Nos quejamos de todo. Cansinos,
e incapaces de explorar el silencio,
dictamos sentencia. (A veces con ira).
Y nuestra sinrazón es la que más grita.

martes 15 de enero de 2008

Buscadores de belleza (reseña en verso)


Para Juan Alfaro


Hay mujeres y hombres que hacen de sus vidas
una continua indagación de la belleza.
En todo ven esa entraña de maravilla
que perfecciona el alma.
Nada queda fuera de esa constante búsqueda
de armonía.
El gusto pule sus aristas y toma conciencia de la hermosura.
Se anudan los versos a la música y la luz a la materia.
Un cuadro, una partitura, una porcelana,
un libro o una escultura son la memoria
-o la filigrana-
de Dios en el tiempo. Y del hombre
en su dimensión infinita.
Arte en donde contemplamos, o escuchamos, un escalofrío
de inspirados colores o del suspiro de la música.

Algunos hombres y mujeres coleccionaron belleza
para creer que era todavía posible la felicidad. Esa idea
que nos consume poco a poco la esperanza.
Otros invirtieron su patrimonio calculando la plusvalía
interior de sus emociones.
Hubo quien buscaba por momentos el olvido
mientras se regodeaba en la mirada de aquella mujer de Gauguin,
o buscaba el sosiego
a una trepidante excitación por el vacío
de los negocios.
O no querían otra cosa que La alegría de vivir
de Henri Matisse (Albert C. Barnes o Gertrude Stein),
o acariciar su propia y fría soledad
en alguna delgada figura de Giacometti.

Todos tenían una pasión verdadera
por la belleza –Berenson, Cambó, Frick, los Rothschild,
Wallace, Peggy Guggenheim o Thyssen, Lázaro Galdiano…-, una necesidad
de hacer partícipes a los demás de su privilegio,
y de comprender los misterios del mundo
desde sus mansiones de Nueva York, Madrid y París, o con vistas
al Gran Canal de Venecia que pintó Canaletto.

Más o menos como usted y como yo
(que no pecamos de mal gusto),
pero con algo más de fortuna.


NOTA: Reseña en verso del libro Buscadores de belleza, de Mª Dolores Jiménez-Blanco y Cindy Mack, publicado por la editorial Ariel.

Entre sombras


La noche nos deja ver mejor la luz, o el amor
en la espiritual madurez de un cuerpo.
A nuestro alrededor las sombras son la forma
de una materia que se desvanece en el recuerdo.
Y sentimos el alma, y el invisible
resplandor de la noche
cuando se refleja en los húmedos labios
del silencio.

lunes 14 de enero de 2008

Mañana en gris


Cada día amanece de un modo distinto.
Hoy lo hace en gris y con dolor de cabeza.
La luz se esconde tras los muebles o progresa
por el suelo hasta las suelas de mis pies.
Pero lo hace de una manera muy cauta,
sin encender la presencia de las cosas.
Abro el balcón como quien busca un motivo
para la tristeza. Y veo por las aceras a los niños
abriéndose paso entre las nubes.
Sus carteras rebosan de palabras dormidas
y de esas aburridas matemáticas de los domingos.
Por si fuera poco llueve todavía
en tu infancia. Sigues sentado en el mismo pupitre,
mirando en la pizarra tus sueños colgados de los atlas.
Y con el dedo escribes en el cristal la caligrafía
de este poema en las gotas de agua de los días.

domingo 13 de enero de 2008

Ha muerto Ángel González, poeta

A la muerte de un poeta no puedo evitar cierto estremecimiento. Ya dan igual muchas cosas. En tus manos tienes su obra. Atrás quedan chanchullos generacionales, premios, venenos gremiales, envidias al por mayor y exilios de la inteligencia. Tienes sólo el recuerdo de tus 15 años y la compra de aquel viejo libro de la colección Adonais, Áspero mundo (1956), adquirido -como tantos otros- en aquella librería de don Inocencio Ruíz. ¡Qué música tan amarga, qué versos tan ciertos!

Ángel González ha muerto. Y te quedas a solas con sus poemas. Y piensas en esa esperanza que él siempre anheló, “palabra sobre palabra”. Palabra sobre palabra intentó sobreponerse a una más que evidente tristeza interior. Sí, aquella guerra civil y todo lo que supuso de tragedia. Y el intento de vivir… Por más que nos empeñemos hay un alma que lucha por ganar altura y quiere descubrir cada mañana un poco de felicidad. Lo demás ¿qué vale?

Palabra sobre palabra (Seix Barral) tituló su poesía. Una poesía donde encontramos -detrás de metáforas e ironías, imágenes rotas e inquieta memoria- la puntería de un hombre que quiere la luna y que contempla boquiabierto el mundo que le rodea. ¿Es todavía posible la hermosura y el amor? Pese al dolor busca el significado de esas “palabras casi olvidadas”: felicidad, misterio, alma, infinito. Y levanta poemas para mirar desde arriba y desde dentro las cosas.

Una poesía que alcanza en muchas ocasiones un alto poder de sugestión y de armonía, que te deja pensativo contigo mismo y con la vida. Una poesía plagada de soterrado sufrimiento y de melancolía, de pincelada lírica a la vez que elegíaca. Una poesía que medita y canta la prosodia de los días y de esos pequeños gestos que conforman la belleza. Descanse en paz. Y en mis manos Palabra sobre palabra, un libro al que debemos volver. O leer por primera vez.

sábado 12 de enero de 2008

Ensayo, visión y despedida


Tituló el poeta Guillermo Carnero su poesía completa Ensayo de una teoría de la visión, allá por 1979 en la editorial Hiperión. Más recientemente otro poeta valenciano, Francisco Brines, ha titulado la suya Ensayo de una despedida (Tusquets). Y recordaba esto porque nuestras vidas son en efecto un continuo ensayo, un cúmulo de experiencias y tanteos en los que intentamos dar con algo que nos sepa a verdad. Algo que enfoque nuestra visión más allá de la carne en su deseo y del precipicio de la razón. Algo con alma, algo que vuelva del revés el tiempo y nos deje ver al hombre por dentro, sin la herrumbre de las máscaras.

Sin darnos cuenta creemos en el alma más de lo que parece. Cuando contemplamos detenidamente los colores de Matisse en el paisaje o la luz de Vermeer que acaricia las estanterías de nuestro estudio. O cuando leemos la música en los versos de Rubén Darío. O cuando acariciamos de memoria el rostro del amor. ¿Os habéis fijado en ese tono naranja que ilumina al atardecer las calles mientras nos embarga esa intensa nostalgia de Dios? Son atisbos de pureza, signos que sólo el alma interpreta, aunque sea de manera imperfecta.

La vida es la visión de una despedida. Y es también la conciencia de un tránsito y de una búsqueda. Y de un encuentro. Las palabras intentan cortocircuitar el tiempo, se combinan en un encaje de belleza que quiere expresar el eterno destello de los años. Porque no queremos dejar de ser. Es decir, porque necesitamos seguir siendo amados. El amor es nuestra inmortalidad, es el desprendimiento del yo en el gozo de la entrega. Y la poesía no es otra cosa que nuestra propia resurrección.

El ensayo o tanteo se transforma en certeza, la visión es el tacto del alma que va puliendo el lenguaje de las emociones, y la despedida… es el abrazo de Dios.

viernes 11 de enero de 2008

Duda razonable


Detrás del cristal está el espejo,
y dentro del espejo el reflejo
del mismo cristal donde me veo
pero donde no estoy. O eso creo.

"Ciudadela" y "Atalanta", dos editoriales de referencia

Uno tiene sus debilidades, como todo quisqui. Desde luego mi mujer es la más grande, pues admiro cada vez más su capacidad de sacrificio, su cariño y la forma de sus piernas, entre otras muchas cosas que no digo. Pero los libros son mi perdición. Perdón: mi bendición. (Un paréntesis: deben leer el Diario de lecturas de Alberto Manguel editado por Alianza). Y dentro de ese entramado bibliófilo y literario que da aliento a mi existencia, siempre he tenido una muy especial simpatía hacia todas esas heroicas personas que han sido capaces de poner en marcha una editorial. Y que ahí están, devanándose el alma para intentar dar gusto al lector (sin rebajar jamás ni un punto de excelencia) y, por supuesto, hacer un poco de caja. Me refiero más que nada a las editoriales pequeñas, y alguna no tan pequeña.

Y esto de las debilidades me lleva también a tener mis preferidas. Vale, vale, ya enumero algunas: Minúscula, LibrosLibres, Pre-textos, Valdemar, Trotta, Lumen, Cátedra, Hiperión, Fundación Castro, Siruela, Visor, Encuentro, Olifante, Tropismos, Áltera, Renacimiento, Anagrama, La Factoría de Ideas, Torremozas, El Cobre, Acantilado, Seix-Barral, Linteo… Y tantas más que alegran mis días. Pero hay dos que me tienen fascinado. Una es ATALANTA, la nueva editorial que a puesto en marcha mi querido Jacobo Siruela -junto a su mujer Inka Martí- con ese innato don que posee para editar belleza, para dar con las traducciones más exactas y los textos más maravillosos. De gusto refinado y culto cada uno de sus libros es de imprescindible lectura y de impresionante factura. No hay más que hojear El mundo del príncipe resplandeciente, de Ivan Morris; o La fuga de Atalanta, de Michael Maier. Es una verdadera inversión intelectual leer en Atalanta.

La otra editorial que me deleita sobremanera es CIUDADELA. Otra pareja al frente. Antonio Arcones y Luisa Moreno, que están jugándose el tipo en la aventura. Y por si fuera esto poco se sacaron también de la manga de su constante trabajo -no paran- un Club de lectores: "Criteria"
(http://www.criteriaclub.com/), y más recientemente la "Fundación Burke" (en la editorial existe una muy interesante biografía de este político y pensador británico). Como lector me encanta lo que publican. Esos títulos que rescatan del olvido, u otras delicadas primicias. Aunque sólo sea por haber puesto en nuestras manos una obra tan enjundiosa y literariamente poderosa como la Trilogía polaca, de Henryk Sienkiewicz , ya ha merecido la pena. Las tres novelas que la forman son A sangre y fuego, El diluvio y Un héroe polaco. En ellas se nos ofrece la constante lucha del pueblo polaco por su libertad. Contra los cosacos, los turcos o los suecos. Las tres novelas son un canto patriótico y un relato épico, de clara raíz romántica.

Pero hay más títulos. Maria Antonieta de Hilaire Belloc (el gran amigo de Chesterton), o El silencio de Dios de Rafael Gambra, o la recuperación de una de las grandes novelas italianas del siglo XX: El caballo rojo de Eugenio Corti, en la magnífica traducción de Pedro Antonio Urbina. Y todo esto nace, sobre todo, por una razón muy sencilla: la gran pasión lectora de Antonio Arcones (como la de Jacobo Siruela). Un gran lector con una gran vocación: la de intentar hacer algo bueno por el mundo, tomando parte activa en el diálogo de las ideas. A través del pensamiento vital y de la belleza literarias. Con esa constancia y ese compromiso propios de quien ha reflexionado a fondo sobre lo que le rodea.

Jacobo e Inka, Antonio y Luisa (y todos los que colaboran con ellos), mi enhorabuena. Y mi agradecimiento.

jueves 10 de enero de 2008

El "Kindle-Amazon", la biblioteca de bolsillo y sus consecuencias

Me acabo de enterar de que la librería digital Amazon ha presentado en Nueva York un artefacto llamado Kindle, en el que uno puede leer miles y miles de libros sin conectarse a ningún sitio. O también prensa digital o entrar en internet. No pesa nada y tiene una gran autonomía de vuelo lector, nada menos que treinta horas. ¿Para qué va a ir usted a las librerías o bibliotecas o hacerse el pesado con los amigos para que le dejen un libro (que después no siempre se devuelve)? Hágase con este juguete por 270 euros y podrá disponer a su antojo de todos los clásicos -y menos clásicos- habidos y por haber. Su biblioteca de bolsillo. Más facilidades, imposible.

Si he de serles sincero me parece estupendo si ha de servir para que alguien lea un poco más, o para que si algún lector compulsivo como yo se pierde en un rincón del mundo -con un poco de electricidad-, no desespere y siga manteniendo tan estupenda costumbre mientras las olas acarician sus pies. Desde luego mi mujer ya no protestaría tanto y podríamos tener algo de pared para los cuadros. ¡Menudo desahogo “espacial”! Pero hasta los más forofos de toda esta nanotecnología de vanguardia reconocerán una cosa: a este tipo de abracadabrantes aparatos les falta tacto. Me refiero al sentido del tacto. (No entro en el tipo de letra, pues la pantallita recrea a la perfección la de cualquier libro tradicional.)

Los tiempos cambian que es una barbaridad. Vivimos dentro de la mismísima ciencia-ficción. La inteligencia humana como tal no sé si está muy boyante, pero las cosas son cada vez más inteligentes. Todo son microchips, bits, clicks o links. Los niños no es que se adapten, es que viven en esa realidad. Tiene sus cosas buenas desde luego, pero también se va desarrollando un nutrido grupo de personas que viven como zombis, aisladas, espiritualmente fofas, en el instantáneo resplandor del plasma o de lo que sea asome por esa califragilística pantalla global.

Está bien el Kindle-Amazon. Va a resultar una ayuda fenomenal estoy seguro. ¡Una biblioteca de bolsillo! Pásmense. Menuda herramienta de trabajo. Yo me la compraré, porque soy muy curioso y todo lo que tenga que ver con libros me llama la atención. Pero me preocupa que haya gente que se habitúe a ir perdiendo el tacto de las páginas (es como hacer el amor con un muñeco de plástico o un robot). Y con él el aroma inconfundible de un libro. Y el rumor del papel, y su encuadernación… Y la conversación con mis libreros de cabecera, y el Ex Libris. Y el asombro de la errata y la luz de la tinta. Y… esa selección de belleza que es toda biblioteca.

Sí, es cierto que mi congénito romanticismo hace que ame con pasión los libros de papel, y que considere que una casa es verdaderamente hogar cuando en ella hay niños y una más que considerable cantidad de libros. Esos niños que heredarán mi Kindle-Amazon. Pero también mis libros, y entre sus páginas mis apuntes al margen, fotografías, dibujos suyos cuando tenían tres o cuatro años, pétalos de flores, cartas y postales, o manuscritos de poemas. No creo que haya herencia mejor.

miércoles 9 de enero de 2008

De qué escribir



No todo es tan feliz o fácil como parece. Depende de los días. Hoy hasta leer me cuesta y la verdad es que no sé que puñetas escribir aquí. Si optara por lo doméstico diría que tengo frío, o que veo desde aquí un caballito de madera en el que todavía se balancea la luz, o dos sillones modelo Gullholmen comprados en Ikea. Y a mi vera dos teléfonos que me hacen creer que no estoy solo y un par de libros de la editorial Siruela, tan de etiqueta. Hace frío. Como Baroja me pongo una manta de viaje sobre las rodillas. Hay que ahorrar en calefacción e intentar llegar a final de mes, además de imitar a los maestros. ¡Qué insensateces puede uno llegar a escribir!

Pero tampoco es la vida algo muy distinto de lo dicho. En unos libros, un caballito de madera y una manta se puede resumir muy bien su devenir. ¿Para qué más? ¡Tantas cosas superfluas que nos dejan la mirada triste! Díganme si me equivoco en mucho. Los días se nos van en asuntos de la máxima importancia, en gestiones y recados imprescindibles que hay que resolver. Todo nuestro tiempo está saturado de estos inciertos signos. Y yo -¡tonto de mí!- encuentro más urgente mirar durante media hora los paraguas de mi casa (cada uno de ellos guarda una lluvia muy distinta) o una fotografía de la tumba de Chateaubriand en Saint-Malo, desde donde atisbo algo más que el mar en blanco y negro.

Que sí, que tengo frío. Y que cada vez me importa menos lo que hagan los demás, en esa inercia tan aburrida de la moda, la usura o la tecnología; y más unos pocos pero bien escogidos sueños. La felicidad es la única sabiduría que cuenta. Y yo la encuentro ahora en una planta que mi mujer colocó al lado de una imagen piadosa. O en la lectura de un verso de Neruda: “No tengan miedo a la dulzura”. ¿Qué más puedo pedir? Lo insensato me alegra la vida. A pesar del frío.

martes 8 de enero de 2008

De relecturas y otros menesteres literarios

Estaba pensando en aquellos libros que más he releído desde hace un tiempo. Completos o en alguna de sus partes. Me ayudo de una libreta donde voy anotando versos, citas, bibliografía, libros por leer, ocurrencias de mis hijos, conversaciones que escucho mientras tomo un café, variaciones de algún verso, o posibles títulos. Ideas y desahogos. Glosas de mi rutinaria vida. Apuntes a pie de admirada naturaleza y de mirada cautiva.

La relectura no es algo que se planifique. Es como una urgencia. Algo que te coge desprevenido. En casa o de viaje. De pronto sientes el estremecimiento, o el recuerdo. Y te palpas los bolsillos del alma y los del abrigo (esa costumbre tuya de llevar siempre encima uno de esos libros que más te conmueven). O abres tu cartera. Es un poema concreto, o un capítulo, o las reflexiones de unos Diarios. Si me ha pillado fuera de casa he llegado incluso a comprarme de nuevo el libro. Me ocurrió hace unos veranos con La realidad y el deseo, de Luis Cernuda (Alianza), o con Mariposas en la nieve, de Lola Beccaria (Anagrama) este último otoño, cuando comienza a amarillear el tiempo.

Es cierto que las novedades apenas dejan resquicio para nada. Pero la necesidad se impone. Y apartas lo que sea para dejar sitio en tu escritorio, en tu cartera o en tus bolsillos a ese libro que precisas, y que te acompañará una temporada. O unas horas. No me ven, pero sonrío ahora porque hay veces que en la acumulación de mi biblioteca, no encuentro el volumen que busco. Y allí me tienen, encaramado a una silla mientras remuevo segundas y terceras filas, o postrado de rodillas o hinojos en los más bajos estantes. Y me fastidia mucho no encontrar, por ejemplo -es el último caso-, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (Minotauro), que tuve que pedir a mi buena amiga Mónica. Después recordé que lo llevé a otra casa, donde tengo otra inmensa cantidad de libros.

En estos meses más recientes, digamos que desde finales de verano, constato que he releído más de lo normal. Los Diarios de Léon Bloy (Acantilado), De otra manera (Antología) de Jane Kenyon (Pre-Textos), el tan olvidado como extraordinario libro que es Testamento del Pájaro Solitario de José Luis Martín Descalzo (Verbo Divino), Robinson Crusoe de Daniel Defoe (Valdemar), El mal de Montano de Enrique Vila-Matas, a discreción en las Obras Completas de Gabriel Miró (Fundación Castro), los Diarios de Alejandra Pizarnik (Lumen), Libro de la mansedumbre de Antonio Colinas (Tusquets) y La cartuja de Parma de Stendhal (Mondadori).

Pero constato en mis notas que son dos los autores que se llevan la palma en mi constante recurrir. Abriendo sus libros por cualquier lugar, apuntando y subrayando por doquier. Me refiero a la Poesía de Pedro Salinas (la pueden encontrar en el primer tomo de sus completas editadas por Cátedra) y a las Memorias de ultratumba del Vizconde Chateaubriand (Acantilado). ¡Son tantas las cosas que uno diría de estos libros! Una prosa y una poesía impecables, llenas de pasión y drama, de precisión y alma.

Y me viene ahora a la cabeza algo que escribe Chateaubriand, para que luego digan que los clásicos son plúmbeos o que la literatura no sirve, cuando es uno de nuestros mayores tesoros. Dice: “Nunca el homicidio será a mis ojos objeto de admiración y un argumento de libertad; no conozco nada más servil, más despreciable, más cobarde, más limitado que un terrorista”. Más actualidad imposible. Ay, y esos versos de Pedro Salinas donde se ensancha la esperanza de un amor indiscutible que redime de tanta pejiguera.

Tu cuerpo


Mi alma no puede vivir sin tu cuerpo.
Ama en su figura lo más perfecto.
En él conozco que es eterno el tiempo
y que me resucitas con tus besos.

lunes 7 de enero de 2008

Un amor imposible


De Hertford House prefiero los cuadros de Canaletto
y el unánime recogimiento de su biblioteca.
Escojo un volumen al azar, mientras acaricia mi mano
el deseo en la piel encuadernada de los demás libros.
Es Homero, en los hexámetros dactílicos de su Ilíada.
Hojeo sus páginas pensando quizá en la ternura
o en esa luz de Venecia que iluminaba a Ezra Pound
cuando le abrazaba Olga Rudge, en sus últimos días.
Pero lo que de verdad me enamora de Hertford House
es una mujer sencilla, que trabaja en la humildad
de su oficio, entre los bolillos y el ganchillo.
Es delicada y tímida (se ruboriza un poco), e imagino
el tacto de sus manos en las mías, sin decir nada.
No hace falta. Yo la miro sin descanso. Y la quiero.
La quiero así, en su cotidiana labor femenina.
Es encajera, y la pintó para mí Caspar Netscher.

domingo 6 de enero de 2008

Ya han venido los Reyes


Ya han venido los Reyes. Alrededor del belén y junto a los zapatos han dejado un montón de regalos. De las galletas y del agua que dejaron mis hijos para los camellos sólo quedan unas migajas y unas gotas. Y del vino dulce y algunas pastas ¿qué decir? Sus Majestades han dado buena cuenta de todo. En torno a la ilusión de esta mañana de Reyes se arremolinan los gritos. Sentados en el suelo nos abrazamos a los sueños. Se rasgan con inquieta expectación los envoltorios y se arruga el papel que se lanza hacia el hermano más cercano. Parpadean las luces del árbol y parpadean los ojos. Las manos acarician los juguetes, los cedés, los libros, la pulsera de mamá y la infancia. Y nos ponemos a jugar. Somos todos niños. Los cinco.

Sin que se note me incorporo y me acerco al portal donde está Jesús, con apenas unos días de vida. Su carita de plástico se transforma en una divina sonrisa. Dios está en mi casa. Y yo le ofrezco mi vida y mi familia, y mis alegrías y esperanzas, y los colores de la mañana, y cada gota de lluvia, y mis lecturas, y tantos poemas que sólo Él conoce. Les digo a mis hijos: - “Mirad, los Reyes no se han ido, están aquí, junto al Niño, acercaos”. Y nos fijamos en esas sobrenaturales figuritas. Llevan en sus manos algo más que el oro, el incienso y la mirra. Llevan nuestras almas, tan pequeñas e indecisas…

Pero es Dios el que se nos regala a si mismo. En su amor, en su eterna perspectiva . De la que somos testigos esta mañana de enero.

sábado 5 de enero de 2008

Me despierto en la noche


Un largo sendero de tierra
en algún lugar de un bosque
que parecía pintado por Claude Monet.
Eran álamos y estabas solo.
Eran tus pasos
y los demás sonidos de esa música
callada que escuchaba Juan de la Cruz.
Sentías la tentación de abandonar tu vida
a la belleza invisible de aquella luz.
Y demorarte en el asedio de las palabras
al corazón del silencio,
contemplando la intimidad de Dios.

Todo amor es grande

La relectura es un ejercicio siempre aconsejable. Precisamente más aconsejable cuando pensamos que no llegamos a nada y que la vida no nos da tiempo para alcanzar todo aquello que quisiéramos. Volver los ojos a nuestra biblioteca y escoger aquel libro que en un momento dado hizo que anotáramos en sus márgenes algo de nuestro gozo lector, o que subrayara un poco de consuelo. Y es que la casa de la literatura tiene muchas estancias. Todas ellas iluminadas, o encendidas como diría Luis Rosales. Da gusto vivir en ella o, al menos, pasar en ella largas temporadas. O no tan largas. Recorrer sin prisas un rincón tras otro, descubriendo a cada momento la delicadeza de una emoción distinta. Y dialogar despacio con sus autores, amigos en tantos casos, en un necesario y fructífero intercambio de confidencias.

La verdad es que uno encuentra allí reposo a la vez que acicate. Encuentra belleza y entretenimiento, pero también dolor y melancolía. En ocasiones se hace duro abrir las páginas de algunas de sus estancias. No todo es de color de rosa. La armonía, que constituye su más íntima esencia, está precedida de un intenso trabajo, de una imaginación que intuye sombras, o de un pensamiento que encuentra su naufragio tantas veces en la duda. Pero sobre todo lo que con mayor nitidez contempla uno es la vida, nuestras vidas, reflejadas en los espejos rotos del tiempo, de la memoria o del olvido.

Y en una de esas estancias se encuentra la obra del poeta latino Sexto Propercio (50-15 a. de J.C.). Hacía años que le visité por vez primera, en la traducción de Antonio Tovar. Después leí la magistral versión de Moya del Baño y Ruíz de Elvira, que publicó en 2001 Cátedra. Pero ahora tomo la breve antología de Mariano Berdusán -Todo amor es grande- publicada en Libros del Innombrable en 2004 . Me sirve para degustar de nuevo estos viejos versos, que resultan más actuales que los de muchos de nuestros contemporáneos. A Propercio lo ha estudiado muy bien Rafael Pestano Fariña.

El poeta era un caballero acomodado que estudió en Roma, donde se dio al cultivo de una intensa vida social. Había que destacar como fuese, y él era un buen orador. Su presencia y pericia no pasó desapercibida a personas de tan fino olfato literario como Mecenas y el propio Augusto. Inmerso ya en tan selecto círculo tuvo ocasión de tratar también a Virgilio y Ovidio, cumbre los dos de la literatura latina. Pero el hecho que condicionó por entero el resto de su existencia fue el conocimiento de Hostia, una liberta, a la que ocultó siempre con el nombre de Cintia, mujer apasionada y culta. Su amor -y todo lo que conlleva- constituye la columna vertebral de su vida, y por lo tanto de su obra.

Propercio es vehemente y melancólico, con cierto gusto por lo erudito y barroco, por lo refinado y lo trágico. Y por el verso bien pulido. Lo que Horacio denominó labor limae. Cualquiera que lea o relea esta muy buena antología de Berdusán, percibirá ese fondo de duda, de celos, en una cosmovisión un tanto ajena a la moral tradicional romana. ¿Corresponde Cintia de la misma manera al sublimado amor de Propercio? Por supuesto que no. El goce y la sensualidad tienen el contrapunto del sufrimiento, del desamor o incluso de la muerte, en una experiencia personal cantada por el mismo poeta en primera persona. Algo nuevo. Es el paradigma de poeta elegíaco -frente a lo épico-, influido decisivamente por los alejandrinos (Calímaco o Filetas de Cos).

Que escriban otros sobre ti o quedarás ignorada; / que te alabe quien deposite sus semillas en tierra estéril. / Créeme, todo lo tuyo, contigo en un solo lecho, / se lo llevará el aciago día del último entierro; / y el caminante, menospreciando tus huesos, pasará de largo / y ni siquiera dirá: “ESTAS CENIZAS FUERON UNA CULTA MUCHACHA”. (Libro II, poema 11).

Escribió cuatro libros de elegías. En esta antología aparecen ante todo -ya nos lo anticipa el título- poemas de amor de abandono, donde Cintia se hace omnipresente. Aunque también quiere el editor-traductor resaltar otros aspectos de su obra: la poesía, la naturaleza, aspectos religiosos y patrióticos, etc. En algunos de sus versos es evidente un marcado tono moral. ¡Así que tú, dinero, eres la causa de una vida afanosa! / Por ti arrostramos la senda de la muerte antes de tiempo; / tú satisfaces con cruel sustento los vícios de los hombres; / de tu ser brotan semillas de preocupaciones. (Libro III, poema 7). ¿No sentimos aquí los ecos de Quevedo?

El propósito de su poesía es, en su mayor parte, manifestación de su experiencia amorosa. Todo ello aderezado de elementos mitológicos, que cumplen una estricta función literaria. Ya Fernando de Herrera en sus Anotaciones a la obra de Garcilaso (Sevilla, 1580), dirá de nuestro poeta que “tiene mucho ornato y limpieza y cultura y elegancia y viveza”.

La poesía de Propercio ha tenido una decisiva influencia en la excelencia de obras posteriores. Por ejemplo, y ciñéndonos a los más cercanos, en Ezra Pound que le hizo todo un homenaje -reescritura más que traducción- que se puede encontrar en su libro Personae. (Aconsejo vivamente la lectura de este libro traducido por Jesús Munárriz y Jenaro Talens, en la editorial Hiperión). También el poeta Robert Lowell tradujo algún pasaje. Vicente Aleixandre, en el “cuestionario Proust”, señaló que de los poetas antiguos era el que más le interesaba. Y Carlos Barral titula con un pasaje de un verso de Propercio un tomo de sus memorias: Cuando las horas veloces.

Se hubiera agradecido una edición bilingüe, así como un cuerpo de letra más generoso, pero en este librito se disfruta de uno de los poetas más grandes. La excelencia de cualquier cosa que hagamos, y no digamos nada en literatura, se edifica siempre sobre los firmes cimientos de los maestros. Leer casi exclusivamente a nuestros contemporáneos genera además de ignorancia una insalvable mediocritas.

viernes 4 de enero de 2008

"Un mundo sin fin", de Ken Follet. (La secuela de "Los pilares de la Tierra")

En la literatura moderna los libros best-seller han adquirido una importancia decisiva en el negocio editorial. Cifras de lanzamiento escandalosas, anticipos de vértigo, en un estudio muy medido del mercado y de las tendencias. En unos casos vende el nombre del autor, en otros la intriga de la trama o la portada que imanta las miradas y, en todos, el espectáculo publicitario en que se ha convertido todo el proceso. Un verdadero desfile de modelos. Estrafalarios o más discretos, de calidad memorable o necesitados de un más que necesario olvido. Tanto la alta literatura como la bazofia más descarada se ofrecen a los lectores en bandeja de plata, en espléndidos folletos, ruedas de prensa y deuvedés.

Por supuesto que no todo es blanco o es negro. El best-seller conoce multitud de matices y calidades. Sé de grandes lectores muy drásticos en esto, que se muestran intransigentes a la hora de perder un minuto de su tiempo en leer estos libros de gran consumo. Pero el hecho es que muchas personas leen este tipo de literatura. Y lo popular tampoco es sinónimo siempre de menudencia literaria. El fenómeno best-seller no merece un vacío crítico, más bien una necesaria selección. Sí, es entretenimiento puro, pero hay que separar el grano de la paja. Como en todo. Stephen King, Michael Crichton o esa persona tan entrañable que es Noah Gordon -que acaba de publicar La bodega (Roca Editorial)- tienen páginas no desdeñables.

En 1989 un escritor galés llamado Ken Follet publicaba una novela titulada Los Pilares de la Tierra (Plaza y Janés), dando un giro radical a su obra. En forma y contenido. La estructura textual ganaba en musculatura narrativa, en riqueza de personajes, en profundidad emotiva… Se acabaron el mundo de los espías, el suspense, los secretos y sus códigos, las operaciones de resistencia, etc. En esa novela la trama está llena de historias, y de Historia. Y de pedagogía. La construcción de la catedral en Kingsbridge avanza en su construcción, en su gótica épica del tiempo, que va trabajando la piedra. La pobreza y el amor, la piedad y el arte. Los personajes viven la cotidianidad de su destino entre capiteles y arquitrabes, entre muertes, pasiones, anhelos, alegrías y sufrimiento. Follet creó una de esas novelas que se pegan al alma del lector sin remedio. Apasionante y fluida.

Por eso no es de extrañar que desde que su autor nos pusiera tras la pista hace unos años de una posible secuela la expectación haya sido enorme. Se quiere más de lo mismo, aunque eso sea imposible. De por medio otros diez libros. Pero ya está aquí, con un dispositivo editorial sin precedentes, Un mundo sin fin (Plaza y Janés). En España una primera edición de 525.000 ejemplares. A los que se han añadido otros 175.000 en varias reimpresiones. Y sólo han pasado unos días. Aunque tanto número ¿qué significa? Porque lo que cuenta es la soledad del lector. El libro y el hombre. Como en ese incomparable cuadro que es Habitación de hotel, de Edward Hopper.

La acción se desarrolla doscientos años después de Los pilares de la Tierra, en el siglo XIV. La vida, ya dura de por si, se ve oscurecida por la peste negra. La catedral es testigo de esta plaga, del dolor, del aparente abandono de Dios, de la muerte como rutina y de una desesperanza que a pesar de todo ama y reza. Es decir, lucha por sobrevivir y por ser feliz. Las circunstancias cambian, y los personajes, pero no así el argumento vital. La peste llega después de una muy extensa puesta en escena. Medio millar de páginas como preludio del clímax parecen demasiadas. Es como una novela aparte antes del nudo principal causado por la apocalíptica enfermedad.

Se nos cuenta la historia de una amistad y sus desencuentros y su distinta perspectiva de las cosas. Los hermanos Merthin y Ralph, descendientes del último arquitecto catedralicio, Caris, Gwenda y Godwyn (también directos descendientes de aquellos personajes) son los protagonistas del enredo. Uno quiere medrar en el mundo eclesiástico, otro en el mundo de las armas, otra se enfrenta a todo por hacer realidad sus sueños… Todos los estamentos sociales están representados aquí, presididos por una tragedia que no distingue matices. Los personajes principales de Follet siguen siendo el tiempo y la muerte. En ellos se engarza todo lo demás, la fuerza de un drama que engancha al lector hasta el final.

La madurez narrativa del escritor galés es un hecho, aunque más de uno pueda pensar que en Un mundo sin fin se ha visto demasiado condicionado por el reto de mantener el pulso a una novela (Los Pilares de la Tierra) que, con todos sus defectos, será siempre irrepetible.