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Acciones de Ferrari Reflexiones, poemas, escorzos de vida, fe de lecturas, noticias de amigos... No pretende ser un desahogo, más bien un diálogo. Un demorarme en el resplandor de nuestra existencia. Y en su literatura.


martes 7 de junio de 2011

De res publica





Comprar acciones de Ferrari La renovación que quiere el ciudadano es la honradez por encima de todo, y la sobriedad a la hora de afrontar el poder. La renovación que quiere el ciudadano es la coherencia entre lo que se hace y lo que se dice. La renovación que quiere el ciudadano es un discurso responsable y sincero, con eficacia en la gestión y nada de perifrástica elucubración.

No es poco que los ciudadanos vayan, gradualmente, desconfiando cada vez más de sus políticos, o que la política se haya transformado dentro de algún que otro partido obrero en el reducto de los peores. Desde un punto de vista intelectual causa pavor constatar su liliputiense entidad y esa terquedad en el error. Pero lo peor es su actitud esquiva hacia la verdad de las cosas, llegando a creerse sus propios desvaríos.

Un país en manos de incompetentes, entre zozobra y zozobra, acaba encallando en el desastre. No es de extrañar que salgan a flote los pecios del naufragio, entre piratas de diversa estirpe que aprovechan la desolación para su particular rapiña.

Un político demagogo es sumamente peligroso para la convivencia. Incluso cuando ha sido dado por muerto y finiquitado. Tergiversar la verdad, las palabras y las leyes envenena a cualquier sociedad.

La torpeza de los torpes no es lo mismo que la torpeza de los bellacos.

La forma más grotesca de la soberbia y de que se evidencien tus vergüenzas es llegar a ministro.

Lo que está mal está mal, y además nunca trae buenos resultados para el mañana, y ya no digamos para el alma. La mentira es sumamente volátil y sobre ella no se puede construir ni un atisbo de alegría. Ni de nada mínimamente serio. ¿Acaso no lo veis? La mentira es un avería moral, una estratagema del diablo (he mentado al diablo, horror, pero yo me tentaría el interior y borraría del mapa esa sonrisa socarrona).

invertir en acciones de Ferrari España no es una empresa de medio pelo. España merece un respeto. Por su historia, por todos los que han pensado de verdad sobre ella y por todos aquellos que por ella han dado su vida. Aprender a amarla es el desafío mayor que hoy tiene nuestra clase política. Todos, pero sobre todo la izquierda. Con generosidad, sin complejos. Y leyendo con frecuencia a Ortega, o a Unamuno. Nunca es tarde.

lunes 6 de junio de 2011

Enhebrando haikus a mi vida





Busco palabras
que digan bien el alma.
Esa es mi vida.


Te lo daría
todo, yo te amaría
como en un sueño.


(Para G. y M.)

Lluvia de haikus.
Asombro de los ojos
que escribe el alma.


(Para Jesús Munárriz, en Hiperión)

La poesía
es un rincón del alma.
Tu librería.


Todas las nubes
que me alcanza la vista:
su luz naranja.


Mi vida vive
cuando te ama, sin nada,
sólo desnuda.


Yo sólo quiero
haikus recién cogidos
de aquellas olas.


Dios no está solo.
Está siempre conmigo.
¡Qué amor el nuestro!


La lluvia empapa
de un no sé qué la acera.
No es sólo agua.


Rosa amarilla.
¡Cómo te envidia el alma
y tu belleza!


(Para Gabriela)

Salgo de casa.
Lo primero que pasa
es su mirada.

domingo 5 de junio de 2011

Unos haikus para el domingo

A ciegas miro
el resplandor del cielo.
Y tu misterio.


(A mi madre, en su memoria)

En el espejo
de este río y de esta agua
ya no está ella.


Que no te miento.
Según transcurre el tiempo
estás más guapa.


Toda una vida
es demasiado poco
si es que me quieres.


La madurez
del hombre es la mujer,
es femenina.


La primavera
no es igual en el haiku
que en el almendro.


Sin darme cuenta
es gris el cielo azul.
Me quedo en casa.

sábado 4 de junio de 2011

Escribir es el arte de no quedarse en las palabras





De nuevo el atardecer naranja, y los pájaros que parecen volverse locos.



Los dedos juegan un factor determinante en la historia de la humanidad. Esgrimen la afilada hoja de la espada o disparan la muerte. O son la vanguardia del amor o escriben los poemas o curan las heridas. O se entrelazan para rezar a Dios o suenan música. O señalan la belleza, o quizá el destino. O, discretamente, pasan las páginas de los libros. Y hablo de los dedos porque es lo que ahora miro...



El amor hace al hombre inmortal. Esto es algo que estudias en determinado momento. Lo verdaderamente increible es cuando percibes que es verdad, que es cierto, que tu vida enamorada trasciende toda corrupción.



Cuando uno se siente triste busca siempre la luz, busca iluminar la oscuridad de sus propios ojos.



¿Y si después de tanto tiempo no aprendo? ¿Y si después de tanto amor no quiero? ¿Y si después de tantas palabras no veo lo que me quiere decir su misterio?



Ahora mismo lo mejor que me podría ocurrir es un beso.



Cuando uno se ve como realmente es dan ganas de no seguir mirando.



En la sección de arte de los suplementos culturales es donde mejor percibo lo absurdo, la triquiñuela y el gato por liebre de nuestra sociedad, tan hipermoderna como pazguata.



Hablo con Dios de libros y de poemas, y de la inmensidad de la biblioteca que es su amor.



Sus cabellos en la almohada, los libros de versos, en la mesilla sus gafas violetas y el brillo de una pulsera. Toda la luz amanece para ella.



Su progreso es un retroceso constante hacia la tristeza.



Cuando escribía a mano, en el rumor de aquella caligrafía, notaba mucho más la sensualidad de las palabras (y su certeza); cuando lo hacía a máquina exploraba mejor su fonética y su ritmo. Ahora, en medio de este brillo tan irreal, tengo miedo de que desaparezcan y, lo reconozco, mi fe en las palabras ya no es la misma, aunque me empeñe en escribirlas y haya ganado en experiencia a la hora de hilvanarlas.



La prensa del corazón, algunos poemas, su falda y estas nubes que comienzan a ponerse serias, provocan en mí un voluptuoso desconcierto.



Para amar, ¡qué poco es un cuerpo!



El hombre ya no puede más, estamos todos hastiados de mentiras y falsos profetas. Necesitamos con urgencia de la verdad.



Quien ama conoce que el silencio
hace más perfecto al que lo reza.



La honradez es agua pasada, o la justicia o el pudor (y tal vez la inteligencia). ¿Lo normal? Enseñar las tetas o amancebarse con la quiromancia. Lo propio es provocar, engañar y enrollarse. Y desvirgar la pureza cuanto antes. Lo normal es murmurar de la fama del prójimo, robar a la empresa o comer hasta la extenuación de la conciencia. Pero hay gente que obra milagros con una sonrisa. Y el mundo ya parece distinto.



Cada día me encaramo a esa montaña mágica donde se apila esa incertidumbre que son siempre los libros.



Dios existe, leed a los poetas.



En un bolsillo había guardado una hoja. Una sencilla hoja de forma acorazonada. Observo sus nervios, el haz, el envés y el pecíolo (lo que da de si repasar Naturales con los hijos, hasta sé que es penninervia). La acaricio y me acaricio con ella la cara. Conserva su textura de luz y savia. Le hago dar vueltas entre mis dedos, y luego la pongo entre dos libros. Yo soy esta hoja: este friso de vida que sabe que muere.



Hoy ni leer ni escribir ni devanarme los sesos por nada. Hoy viajar por tierras de Castilla, ver sus campos y caer en la cuenta de algunos versos de Machado y de esas flores que pespuntean los caminos, y llegar a la orilla del Duero y sentarme a los pies de un chopo, y mirar con placidez el agua.



El hombre está hecho para lo bueno, para lo bello. El mal es un asunto muy feo.



Ser una persona virtuosa nunca ha estado muy de moda que digamos. Cunde la opinión de que genera extrañas patologías. Como la templanza, o la sinceridad, o la modestia. Incluso la honradez. Acabáramos. O la sobriedad de costumbres. Y esto duele. Cuando debiera ser al contrario. Porque son precisamente personas virtuosas y anónimas las que, en su cotidiana brega, sostienen todavía el tinglado. Se mire como se mire.



En resumidas cuentas: todo este agobio que es la vida, y todo este amor que siento.



Escribir es el arte de no quedarse en las palabras.



Sueños, trabajos..., y de cuando en cuando algunas palabras en donde suelo estar yo. O quizá no, y es ella.



Leo porque me relaja y aprendo a sentir más adentro. Leo porque estoy enamorado de los libros. Leo porque es mi manera de rezar y de agradecer a Dios este destello de tiempo que es mi vida. Leo porque vivo más intenso. Leo porque necesito despejar incógnitas y tomar el aire. Leo porque ando detrás de algo que no sé decir muy bien. Leo para ejercitarme en el nobilísimo arte del silencio. Leo porque es mi forma de ver…



Este bullir de alma, estas palabras que no aciertan.



La prestancia del río Duero camino de San Saturio (he de buscar en casa la novela de Gaya Nuño); flanqueado por olmos, gorriones, hiedras, vencejos. Con remolinos en el agua y en el tiempo; y el recuerdo al olmo seco de Machado ("Al olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido, / con las lluvias de abril y el sol de mayo / algunas hojas verdes le han salido") y poniendo al día el azul de mis sueños.

viernes 3 de junio de 2011

Es lo que pido





¿Qué más puedo pedir a la vida?
¿Dinero? Bah, os lo regalo.
¿Fama? ¿Para qué la quiero si es nada
y deja el alma despavorida?
Me conformo con unos poemas
de Antonio Machado (Dios lo bendiga),
que me regalan "ojos nuevos" para verlo todo
en su realidad más clara.

jueves 2 de junio de 2011

Patriotismo y nacionalismo



En estos primeros años de siglo asistimos a una pavorosa ceremonia de la confusión, que en primer lugar es de carácter lingüístico. Al menos a mí me lo parece. El significado de tantas y tantas palabras se camufla en otra cosa, por efecto de propagandas o de un interés bastardo, o bien por defecto de una costumbre viciada de holganza. El gregarismo intelectual es evidente: prostituye lo ético y subvenciona lo inmoral. Olvidar que las palabras conforman nuestro pensamiento y condicionan nuestro actuar es algo que no conviene si se quiere preservar una mínima integridad. No todo da lo mismo, como se nos quiere dar a entender. Y el relativismo es, antes que nada, una insuficiencia verbal, una carencia educativa que induce a un constante trapicheo con la verdad. Y así nos va. Con una política procaz, donde lo más inverosímil toma muy pronto carta de naturaleza y pasa a ser considerado como normal.

Y unos de los que más provecho sacan en esta lamentable confusión son los nacionalismos. Porque su misma idiosincrasia arcaica y exclusivista les lleva tanto a la invención más extemporánea como a la sublimación histórica. Despreciando todo cuanto no sea su propia cabriola. Despreciando de hecho y por sistema la unidad de España (aunque no tanto los presupuestos del Estado y las dádivas que conllevan). Y en esta tesitura de absurdos complejos y sintaxis abracadabrante, sale lógicamente malparado un término que en si mismo aglutina lo mejor y más hermoso que como nación poseemos: nuestra patria. España. El patriotismo es algo mal visto, un valor en franca decadencia que cualquier ignorante puede insultar a su antojo. Señal inequívoca de que se ha leído muy mal a nuestros clásicos (si es que se han leído).

El profesor Agustín Andreu ha escrito: “La educación que tenía unos clásicos de valor universal asumía los patriotismos en un ideal de Humanidad. El nacionalismo separa de los demás”. (Por eso siempre se me ha hecho muy difícil concebir a un cristiano nacionalista). Pero sucede que en España son todavía no pocos los que asocian patria y franquismo, o fascismo, o reaccionario, con una simplicidad intelectual que causa congoja. Lo dicho, habrá que releer a Salvador de Madariaga, o a María Zambrano, o a Gregorio Marañón, o a León Felipe. No podemos resignarnos ante personajes tan torpes, ante un modo de actuar que bastantes quebraderos de cabeza, de alma y de bolsillo nos está dando. El nacionalismo rampante necesita como nunca del contrapeso espiritual (palabra no sinónima de clerical o similares), de un patriotismo responsable: pensante y orgulloso de su ser.

miércoles 1 de junio de 2011

El amor y la brisa







Su falda vuela
de mirada en mirada,
con su melena.

La quiero así.
Sólo la quiero a ella.
Mi primavera.

Amo la brisa,
su falda, su melena…
Cada caricia.