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Reflexiones, poemas, escorzos de vida, fe de lecturas, noticias de amigos... No pretende ser un desahogo, más bien un diálogo. Un demorarme en el resplandor de nuestra existencia. Y en su literatura.

lunes 31 de enero de 2011
“Fragmentos (poemas, notas personales, cartas)”, de Marilyn Monroe
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Guillermo Urbizu
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domingo 30 de enero de 2011
Preguntas sobre el sexo
¿Cómo explicar hoy tu cuerpo sin mi alma?
¿Cómo explicar que nuestras almas
son el mismo cuerpo?
¿Cómo explicar que alma y cuerpo
se conciben en un beso?
¿Cómo explicar que tu cuerpo es mi alma?
¿Cómo explicar que me gusta desnuda tu alma
a la vez que el color de tu cuerpo?
¿Cómo explicar el roce de mis labios en tu pecho?
¿Cómo explicar que encuentre el origen del poema
en el lenguaje de tu lengua?
¿Cómo explicar que el amor es el don
de una definitiva entrega?
¿Cómo explicar que dentro de ti rezo
palabras que no encuentran su alfabeto?
¿Cómo explicarlo todo
mientras nuestras manos descubren lo eterno
en el cuerpo amado?
¿Cómo deletrear la santidad de las caricias?
¿Cómo llegar al clímax
de la felicidad y de la pureza,
a esa alegría que no acaba con el sexo?
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Guillermo Urbizu
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sábado 29 de enero de 2011
Carta a Mauricio Wiesenthal
Desde que tengo uso de razón me encandila leer, pasar largos ratos con aquellos que me cuentan de aventuras, almas, conversaciones, paseos y paisajes; de emociones y sentimientos que también están en mí y que quizá no acabo de vislumbrar del todo. En esas lecturas no es que pase el rato, es que revivo y aprendo a indagar en el lenguaje el acto de amor que es todo conocimiento, toda narración que se precie. Indagar en su sorpresa espiritual, porque espiritual es la hazaña de la gran literatura. Leer es aprender a amar al hombre, y al mundo. Leer y contemplar toda esa maravillosa cultura, que nos ha venido dada, es un absoluto privilegio y una constante acción de gracias. Es ir comprendiendo lo que somos, lo que hemos sido y lo que estamos dispuestos a llegar a ser. Leerla, como digo, es ir tomando conciencia de lo que yo soy. El mundo de ayer -que tan magistralmente plasmó Stefan Zweig- es en realidad nuestro mundo de hoy. Ese mundo, del que hablaba el autor austriaco, ayer y hoy sigue necesitado de una específica comprensión y solidaridad. Hace años me hice cargo de que la literatura -y por lo tanto su lectura- es una pasión que nace del misterio mismo que hace que estemos vivos, que sigamos vivos.
Mauricio, amigo, cuando nos situamos ante las grandes obras literarias -las de Tolstoi, Mann, Galdós, Dickens, Balzac, Zweig, Chesterton, Dostoievski, Proust, etc.- yo no tengo duda de que estamos ejercitando la cualidad primordial del hombre: la de criatura que anhela una felicidad más firme y más duradera. ¡La queremos eterna! Lo que se busca -el autor y esa otra forma de autoría que es la de ser lector- es dar con el sentido profundo de las cosas; de aquellos sucesos, sentimientos y sueños que nos rondan en la cotidianidad. Todos ansiamos dar con la verdad, todos queremos sentir esa luz y ese consuelo, sentirnos en un primer plano de inspiración y gozo. La literatura, como cualquier forma de arte, es ante todo la expresión de la mirada y de la ternura de Dios. Yo así lo veo. El lenguaje es un hecho trascendente, su filología primordial es la del alma. Las palabras trenzan la armonía de una identidad que se bifurca en unos y otros personajes que dialogan con nosotros; las palabras sondean la existencia, con toda su cohorte de pasiones, belleza, dolor o soledad. Las palabras describen, ahondan, rubrican, enaltecen, esbozan. Las palabras cuando se hacen gran literatura nos significan, nos contienen en ellas mismas, nos redimen de tanta podredumbre.
La literatura -¿verdad Mauricio?- es algo inaudito. Yo no salgo de mi asombro. No me canso de leer, de subrayar en los libros mi propia vida. Es uno de los grandes regalos que ha hecho Dios al hombre. Esas páginas plagadas de clarividencia, de estupor, de referencias. Esa intimidad tan mía, o esa otra de la historia universal del olvido, de la humanidad que sueña en definitiva con ser feliz, sin muchos artificios ni gollerías. En ocasiones, cuando estoy leyendo, me pregunto: -“Guillermo, este libro, ¿te hace feliz?”. Puede parecer quizá una simpleza, pero no lo es para mí. Ya es hora de dejar de lado lo taimado, el artificio vacuo. Hora es de buscar lo sencillo, la demora, esos detalles que transcurren por el alma. ¿Crees que soy un ingenuo por pensar que la excelencia de la literatura consiste en hacernos mejores? Puede que lo sea, puede que lo sea... Pero el caso es que me da igual. El caso es que las novelas de León Tolstói, o los poemas de John Keats o de Thomas Hardy, logran en mí un efecto benéfico, un efecto de decantación hacia la santidad de lo que veo y siento: de lo que amo.
Un gran abrazo Mauricio, y gracias por tu carta. Espero poder leer cuanto antes “Luz de Vísperas”, tu novela, que hace tiempo debería haber leído.
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Guillermo Urbizu
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viernes 28 de enero de 2011
Un primer vistazo a la mañana
El despertador, el primer beso, el calor de las sábanas,
la persiana, el bostezo, la confidencia de la almohada.
¿Cuál era el sueño? El cuerpo que no está, que no encuentro.
Escucho palabras y veo la estridente luz de una lámpara.
Silencio. Una plegaria se asoma al alma
justo cuando me concentro en el techo.
La ropa deshabitada sobre la silla. Y sobre la mesa
una botella de agua, además de los libros.
Siempre es lo mismo mi vida, y lo que soñaba
se ha desvanecido cuando me disponía
a dejarlo todo por ella.
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Guillermo Urbizu
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jueves 27 de enero de 2011
“La casa encendida”, “Rimas”, “El contenido del corazón”, de Luis Rosales
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Guillermo Urbizu
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miércoles 26 de enero de 2011
¿Lo de la santidad va en serio o es una monserga?
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Guillermo Urbizu
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martes 25 de enero de 2011
¿Qué tal va todo?
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Guillermo Urbizu
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lunes 24 de enero de 2011
Lo saben sus caricias
No hace falta una planificación exhaustiva
o un vocabulario repeinado
de enfatizado brillo y retóricos rizos.
Es cosa de respirar con normalidad la vida
y mirar por los aledaños del alma
algo que resulte verdadero.
Escribir palabras como “calendario”,
con toda esa nostalgia
que dejan a su paso los días.
O "caricia" o “beso”, con este fuego
donde arde todo lo que es y no es ella.
O “agua de rosas”, que mojaba su piel morena
a lo largo de los veranos y de las piernas.
Así de sencillo debería de ser siempre un poema.
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Guillermo Urbizu
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domingo 23 de enero de 2011
¡Convertíos!
¡Convertíos! No pocas veces, por lo que a mí respecta, parece que el Bautista predica en mi personal y desconcertante desierto, en un páramo de excusas y circunloquios. Convertíos. Venga hombre, ya es hora de ser consciente del bautismo. ¿Actúo como un hijo de Dios las 24 horas del día? ¿Sí? ¿No? ¿Por dónde anda mi vida? Jesús se adentró conmigo en el desierto. Con cada uno. A todos nos tenía en su Sagrado Corazón. Le esperaban cuarenta días y cuarenta noches de oración y ayuno. Días y noches de íntimo diálogo con el Padre en la unidad de un Amor eterno. Nos muestra el camino para esa conversión que todos necesitamos: hablar con Dios, con pequeñas mortificaciones, con un estilo de vida sobrenatural y austero.
Permitió el Padre que Dios Hijo también sufriera tentaciones. El diablo acecha en la debilidad, en la soberbia, en el esplendor del mundo a cambio del alma. Salió indemne, venció. ¿Y nosotros? Pecamos a mansalva. Y muchos de los pecados -yo diría que casi todos- vienen por descuidar esa cotidiana oración del corazón y ese ayuno (que yo sepa la mortificación no se ha pasado de moda en la ascética cristiana, que yo sepa la mortificación frecuente de los sentidos y de las apetencias son camino de virtud, de santidad). Pecamos. ¿Y qué uso hacemos del perdón de Dios, de la confesión?
Jesús va de Nazaret a Cafarnaún. Y nosotros con Él. Porque mal que bien hemos decidido seguirle. Quizá por curiosidad, o por la costumbre. ¿Ponemos atención a lo que predica, o nos desvanecemos en las innumerables cabriolas de la imaginación? Cada vez le sigue más gente. No pocos en secreto. Otros a rachas (yo debo ser de estos). Su mirada causa estragos. Es curioso. Jesús parece tener un estribillo. Es el mismo de Juan el Bautista. Insiste en ello. Debe de ser un asunto importante, o no lo diría. “Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca”. Si insiste es porque no cambio, porque no cambiamos. Si insiste es porque no pongo los medios para hablar con Él, para comprometerme con Él, para enamorarme de Él.
Dilato la decisión de entregarle mi vida. Y es entonces cuando Jesús nos sale al paso, como en el evangelio de Mateo se relata (Cap.4, 18-22). Pasea “junto al lago de Galilea”. Como pasea por las calles de nuestras ciudades o pueblos. Vio a Simón, “llamado Pedro”, y a su hermano Andrés; y vio luego a Santiago y a Juan, también hermanos que estaban con su padre “remendando redes” (me gusta pensar en una conversación de Cristo con ese padre). Paseaba y les vio. Pasea y nos ve. Me ve. Ahí está Su mirada. Una mirada que imanta al alma. Una mirada de amor. Escribe santa Faustina Kowalska en su Diario: “La mirada del Señor traspasó mi alma por completo y ni siquiera el más pequeño polvillo se escapó a su atención”.
Podríamos poner pies en polvorosa, escabullirnos. Podríamos. Podemos. Puedo. No pocas veces lo hacemos, lo hago. Pero hoy no. –“Seguidme y os haré pescadores de hombres”. La vocación cristiana: el encuentro personal con Cristo. Desde entonces son muchas las mujeres y son muchos los hombres que Le han seguido, que Le siguen. Predicando, haciendo apostolado, dando ejemplo de vida cristiana en el trabajo y en el foro, y cuando vienen mal dadas (o bien dadas). Sin extravagancias. Frecuentando los sacramentos y la oración. Bregando con las dificultades. Con esa alegría que proporciona el trato asiduo con el Padre.
Jesús sigue paseando a nuestro lado. Sigue curando a los tristes, a los sufrientes, a los “endemoniados, lunáticos y paralíticos”. “Los curaba”. Nos cura y nos abraza. Y nos susurra al oído las bienaventuranzas y el Padrenuestro. Nos enseña a rezar y a conocer la esencia de lo humilde y de lo pequeño, del sentido del sufrimiento, de la limpieza de corazón, de la paz, de la justicia y de la caridad. En definitiva, de la santidad. Escuchamos, Le miramos… Y Él nos mira a cada uno con toda la plenitud de Su misericordia. Y dará Su vida por mí en la Cruz, y nos dejará a Su Madre como nuestra Madre, y resucitará, y se acabará quedando en los Sagrarios y en las almas que Le dejen un poco de sitio.
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Guillermo Urbizu
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sábado 22 de enero de 2011
Con amor
(Mateo, II, 37)
Con amor te ordenas los ojos por la mañana.
Con amor vives por fin cada recodo de la vida.
Con amor de Dios se agudiza el alma.
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Guillermo Urbizu
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viernes 21 de enero de 2011
“Benedicto XVI (el Papa alemán)”, de Pablo Blanco Sarto
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Guillermo Urbizu
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jueves 20 de enero de 2011
“El viejo León. Tolstoi, un retrato literario”, de Mauricio Wiesenthal
Y uno de los más grandes es sin duda León Tolstoi. En 2010 se cumplió el aniversario de su muerte. Un siglo ha transcurrido desde entonces, desde su último suspiro en la estación de Astapovo, huyendo de su casa, buscando quizá la libertad definitiva, el más allá de tantas palabras, el origen del murmullo de sus abedules y manzanos. Nos queda un túmulo, entre unos árboles. Por allí cerca tiene que haber unos narcisos. Ahí descansa su cuerpo, a la espera de la resurrección. Su aliento sin embargo persiste. Su alma vive eternamente. Su alma pervive en Iásnaia Polaina, en su tierra y en su casa. Su alma cabalga y pasea y sugiere, y recorre toda Rusia y medio mundo.
Pero León Tolstoi creó algo más que una literatura: creó una nueva y revolucionaria forma de entender la vida (la revolución comienza por la revelación, dirá Wiesenthal). Creyó radicalmente en la bondad del hombre, en los valores morales por los que el hombre es verdaderamente hombre. En su vida -y en su obra- se fue produciendo poco a poco un desprendimiento de lo inútil y accesorio, de todo aquello que no es quicio y raíz, de todo lo que no ayuda a la dimensión más espiritual del hombre. El proceso de creación de sus libros (en el silencio de su soledad) y el conocimiento de las personas y la contemplación de la naturaleza en sus más nimios detalles logró que su visión de las cosas se volviera más nítida y más sencilla, más al grano, más al corazón.
Porque eso es -al menos para mí- León Tolstoi: un enorme corazón que bombea con fuerza la piedad de su literatura, de su vida más interior y veraz. Y lo hace con genialidad. Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) lo resalta en su libro El viejo León. Tolstoi, un retrato literario, publicado por Edhasa. Dice el autor de Luz de Vísperas: “León Tolstoi es, sobre todo, un genio; algo más que un simple talento. Tiene la dureza y la fuerza obsesiva que distingue a los genios. Sólo le interesa lo trascendente. Por eso inquieta y desespera a sus contemporáneos, que temen que se extravíe en mil batallas ajenas -aparentemente ajenas- a la literatura”. El libro de Wiesenthal es un compendio de escritos suyos sobre Tolstoi. Es, como él dice, “el recuerdo novelado” de tantos viajes e indagaciones, de conversaciones y paisajes. Es recuerdo y es homenaje. Amor, en definitiva. Amor por el pensamiento vivo del autor de Ana Karenina, y por el arte -más vivo todavía- de uno de los más grandes escritores que la providencia divina nos haya concedido a los hombres.
El librito de Mauricio Wiesenthal es una pequeña joya. Primero porque está muy bien escrito. Pero también porque está urdido con devoción, además de por muchos viajes y lecturas. Se percibe el entusiasmo, la pasión. El libro resulta ser como un álbum de familia (es delicioso todo ese capítulo de fotografías glosadas). Como una introducción maravillosa a la personalidad y a la obra de León Nikoláievich Tolstoi. Es también una reivindicación de la excelencia de los clásicos. Me ha gustado especialmente el capítulo “El mundo de ayer no está tan lejano”, donde arremete Wiesenthal contra el materialismo moderno, que nos deja el alma seca y el corazón angustiado. Ese capítulo es memorable y deberían leerlo nuestros bachilleres y aquellos universitarios que hagan prospecciones filológicas en un lenguaje que siempre resulta ser un alma. Escribe: “Creo que los jóvenes del siglo XXI ya han tenido tiempo suficiente para descubrir la falacia de aquellos vendedores de plástico que querían sustituir la literatura por juegos de palabras y pretendían transmutar los valores a base de ‘devaluaciones’…”.
Insisto: el libro de Wiesenthal es, sobre todo, un acto de amor. Por Tolstoi, sí, pero también por sus descendientes y discípulos, y por toda la gran literatura europea que tantas veces duerme el sueño de los justos en anaqueles y ediciones muy críticas; esa literatura que se pierde quizá en el olvido de las obras completas, o en el silencio más despiadado.
El viejo León ha conseguido que ponga sobre mi mesa Resurrección (Pre-textos), los dos tomos de los Diarios (Acantilado) y los Diarios de su mujer Sofía (Alba). Y que ponga en primera línea de mi biblioteca los viejos tomos de Aguilar, donde con más ahínco he leído al viejo profeta. El viejo León también ha conseguido que haya caído rendido ante la obra del pintor ruso -gran amigo de Tolstoi- Iliá Repin. Y por último que vaya corriendo a la librería para comprar los libros que me faltan de Mauricio Wiesenthal.
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Guillermo Urbizu
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miércoles 19 de enero de 2011
“Alegorías, Pensamientos, Profecías”, de Leonardo da Vinci
Elena Martínez ha recogido y traducido para la editorial Gadir un puñado de estos apuntes y máximas. Su título Alegorías, pensamientos, profecías, de Leonardo da Vinci. Un hombre de una lucidez extraordinaria, al que todo interesaba. De una vida intensa como pocas. Incansable, laborioso, visionario. Subyugante personalidad. ¿Cómo puede dar una vida para tanto y que ese ‘tanto’ sea tan sobresaliente? “La vida, bien gastada, es larga”, dirá. Científico y artista. Ingeniero militar incluso, al servicio de los Borgia. Y tantas cosas más. Junto con Miguel Ángel no conozco hombre más genial, más proclive a ser admirado. Su obra es un universo completo donde poder gozar. También en la escritura. Leonardo era un inconformista. Su vocación por el conocimiento produce asombro. Tiene una sed insaciable de saber, de crear, de indagar en el secreto de las cosas: en sus causas, en su estética. Le interesa el fundamento y “la belleza del mundo”. Y en todo ello se sumerge con ahínco. Observa, observa, observa. No ceja.
Hace tiempo leí la novela El romance de Leonardo da Vinci, escrita a finales del siglo XIX por Dmitri Merezhkovski, un erudito ruso que logra un retrato bastante fidedigno de Leonardo y de su época. Está editada por Edhasa y es muy recomendable para todo aquel que se sienta interesado en su figura. Con esa provechosa novela y este libro de Alegorías, pensamientos y profecías uno puede hacerse una idea bastante cabal del personaje, de su fabulosa magnitud.
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Guillermo Urbizu
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martes 18 de enero de 2011
Os hago partícipes
Me gustaría compartir con vosotros muchas cosas.
No sé, los abrazos de mis hijos o el recuerdo
de la música de aquellas olas vespertinas.
O la tierra recién regada o el pábilo de una llama
que iluminaba las sombras de la infancia.
O aquella primera lectura de Fortunata y Jacinta,
o las exhuberantes plantas de Costa Rica
(otra historia es que las vaya a ver en vida).
O las lágrimas de Cristo por su amigo Guillermo
Urbizu (no sabéis la de veces que me resucita).
¡Tantos infinitos que jalonan los sueños y las horas!
Por favor fijaos bien, no desperdiciéis nada.
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Guillermo Urbizu
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lunes 17 de enero de 2011
Misa de 9
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domingo 16 de enero de 2011
Cristina, hija mía
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sábado 15 de enero de 2011
Sé el que eres
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viernes 14 de enero de 2011
No puedo vivir sin Ti, Dios mío, y necesito decirlo
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jueves 13 de enero de 2011
Como la vida misma
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miércoles 12 de enero de 2011
De la literatura y su prodigio
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Guillermo Urbizu
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martes 11 de enero de 2011
La vida es algo más que tiempo
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Guillermo Urbizu
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lunes 10 de enero de 2011
¿Para qué escribes, si puede saberse?
- ¿Tú crees? Puede que haya algo de vanidad, no lo niego, pero mi intención al escribir es otra. ¡Quisiera hacer partícipe a los demás de tantas cosas!
- ¿De qué si puede saberse? ¿De esas obviedades que haces pasar por el colmo de la inspiración?
- Lo obvio es lo que más se olvida. La gracia de lo habitual, de lo de cada día. Eso es lo que quiero escribir: el misterio que anda oculto en nuestras vidas, el quicio que sostiene nuestro horizonte cotidiano.
- Vale, vale, todo eso suena muy bonito y ocurrente. Pero responde de una vez a la pregunta: ¿Para qué escribes?
- Para respirar, para contemplar con mayor nitidez el vuelo de las garzas, para rimar mi alma con la hermosura que me rodea, para comprender mejor al prójimo, para rezar la substancia de la vida, para que no se extinga la alegría del amor divino, para no olvidar los pequeños detalles…
- Calla, calla, no sigas.
- No he terminado.
- Es que no terminarías nunca.
- No, no terminaría nunca, tienes razón. Porque mi escritura quisiera ser una interminable letanía de amor. La enumeración más pormenorizada posible de la luz en sus bucles, de los colores en su visión insondable, de las constelaciones de formas en el paisaje del idioma.
- Todo eso no es nada. Música celestial.
- Es mi vocación, el modo que yo tengo de agradecer lo que me ha sido dado. Insisto: escribo porque amo, porque es lo que sé hacer. Otra cosa sería perder el tiempo.
- ¿Vocación? Pero si es sólo una cuestión de vocabulario.
- Por supuesto que es también vocabulario o lenguaje. Y trabajo duro. Palabras que inciden en lo invisible, que trenzan un sentido y una sinfonía. Palabras que son miradas, alas, olas y deseo. Palabras que son el alfabeto de una promesa o, sencillamente, el súbito destello de una rosa.
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Guillermo Urbizu
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domingo 9 de enero de 2011
Esas pequeñas cosas
Las persianas o las cortinas ocultan los sueños
de sus dueños. Ni una luz intercede por mí, que contemplo
el resquicio de alguna señal que me diga que no estoy solo.
Hace frío en el alma del hombre,
encerrado entre estas cuatro paredes de tiempo.
La mañana es de silencio y viento
en una melancolía gris que ilumina las fachadas.
No hay certeza de nada a estas horas del día. Las farolas
alumbran las ramas de los árboles en una luz mortecina.
Una chica barre al ritmo de una elegía
que trasciende la calle, las hojas y mi vida.
La escoba metálica arrastra el sonido del tiempo
y lo acumula con indiferencia en la acera.
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sábado 8 de enero de 2011
La luz que respiras

Para Maru
En la nieve. Surcando lo blanco y el frío. Yo, desde aquí, imagino las pendientes y las huellas de los esquís. Imagino la velocidad y el horizonte. ¡Qué pureza ese resplandor de luz tan blanca! Te deslizas por esa luz que brilla, te deslizas por una belleza que quema. Los labios cortados, flexionadas las rodillas… Gritas de felicidad, te olvidas de todo lo que había. Giras, te inclinas, te abandonas… Y yo aquí, al otro lado del mundo, recién levantado de la cama. Sin hacer otra cosa que inventarme un puñado de palabras. Seguir soñando quizá. Con aquella montaña tan radiante por donde bajas. La nieve cruje y el sol la empapa. Es figura del alma, que se desliza por la vida, que mira y no ve en esa luz que cada uno de nosotros respira. Esa luz de amor, esa claridad de Dios que parece arder en el pecho. Bajas, casi vuelas… Puede que cierres los ojos a intervalos de maravilla. Puede que te des cuenta de esa nieve tan sobrenatural por la que te precipitas. Por eso gritas, por eso quisieras que no acabara nunca tanta dicha. Aunque te caigas alguna vez y te quedes cara a cara con el cielo. Y yo aquí, esquiando por esta página en blanco, todavía de noche y en pijama. Yo aquí, en medio de una frase cualquiera, intentando dar con Dios en este trozo de vida, o en esa nieve que tú miras. Luego me espera el desayuno, tender la colada y puede que un libro. Y tú, ya estarás quién sabe: en cualquier otro paisaje del atlas. O del alma.
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viernes 7 de enero de 2011
El dolor
vuelven a brotar y a herirnos de lleno en la vida.
El dolor te dobla el espinazo
y te sacude las entrañas. El dolor
logra que el alma se hinque de rodillas,
sin resuello casi, postrada de angustia.
Cuesta aceptar algo así. Nunca lo esperas
mientras juegas al escondite con los años.
Duele mucho. Cada espina
es un interrogante, es la herida
Sabes que en su raíz está el amor, lo sabes,
pero sólo sientes impotencia. Y duda.
No sabes qué decir, ni qué pensar. Es agudo el dolor
del llanto y de la ausencia,
El silencio es la única plegaria que te queda.
Sientes el cuerpo encogido en un atroz calambre.
Por favor, Dios, ya vale.
Exhausto escuchas. Sólo
tienes una certeza: amas.
El amor, ese largo aprendizaje
que siempre nace en el dolor, en esa herida
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jueves 6 de enero de 2011
Los Reyes sabios y el regalo del amor de Dios
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miércoles 5 de enero de 2011
Alameda
Recuerdo bien el título y sus poemas.
Pero, ¿qué importa eso ahora?
La tierra cobraba velocidad bajo las ruedas.
Las pequeñas piedras y las cunetas
iban quedando a un lado muy deprisa;
y mi propia vida, que iba en dirección contraria.
El pulso del manillar, los baches del camino
con restos de lluvia, el cielo
que se me venía encima.
La respiración del alma y la conciencia
de mi pedaleo, que dejaba atrás
lo que todavía tengo presente hoy,
en un día cualquiera de este invierno.
Llegué en bicicleta. ¡Cuánto tiempo!
Paraba de vez en cuando y admiraba
el paisaje y el silencio, el silencio en el paisaje…
Parece que lo estoy viendo. Hoy. Ahora.
Y no se me ocurren palabras
que calibren adecuadamente lo que yo miraba,
lo que yo sentía: allí, en el centro de todo aquello.
En el centro de trigales y barbechos,
de senderos anónimos y árboles dispersos.
En el centro de un puñado de sueños
que, con los años, siguen probando fortuna,
aunque sean un poco más viejos.
Llegué en bicicleta a aquella tarde.
Llegué en bicicleta a aquella alameda.
Y busqué un árbol donde apoyarme
para leer los poemas, para dar con la luz más adecuada.
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Guillermo Urbizu
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martes 4 de enero de 2011
Ante el Sagrario
O de plata dorada, repujada
en una ternura infinita.
Dios está dentro de mi propia mirada.
Está en Su Hostia blanca, consagrada
en la Cruz donde muere,
en las llagas donde renace mi vida.
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Guillermo Urbizu
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lunes 3 de enero de 2011
¿Es lo que soy? (Federico García Lorca en una cárcel de Granada, agosto de 1936)
y, de pronto, unas gotas
caen sobre mi jersey.
Tres pequeñas gotas de agua
que me hacen pensar en lo que soy:
un momentáneo brillo,
nada más que esa mancha
y se seca.
En esas gotas yo he caído,
en esas gotas yo soy lo que vivo,
y me acabo de dar cuenta
de lo poco que cuesta morir.
¿Es esta toda mi historia?
¿Eso soy? ¿Unas pocas gotas de agua
que caen desde el principio hasta el fin?
¿Soy apenas el brillo la mancha y la nada
que queda donde yo estaba?
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domingo 2 de enero de 2011
A primeros de año
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sábado 1 de enero de 2011
Flaquezas de hombre
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Guillermo Urbizu
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