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Reflexiones, poemas, escorzos de vida, fe de lecturas, noticias de amigos... No pretende ser un desahogo, más bien un diálogo. Un demorarme en el resplandor de nuestra existencia. Y en su literatura.

jueves 30 de septiembre de 2010
LIBROS
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Guillermo Urbizu
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miércoles 29 de septiembre de 2010
Desayuno con diamantes
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Guillermo Urbizu
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martes 28 de septiembre de 2010
Señor, sólo quiero estar Contigo
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lunes 27 de septiembre de 2010
Qué misterio es éste
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Guillermo Urbizu
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domingo 26 de septiembre de 2010
En busca de la felicidad
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Guillermo Urbizu
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sábado 25 de septiembre de 2010
Das vida y santificas todo
“Das vida y santificas todo”. No hay más que mirar, tener ojos y un poco de sensibilidad. Bulle la vida, pero bulle más la gracia, la gloria de Dios. Bulle entre el resplandor de la luz y de los colores. Dios nos da la vida -¿tenemos conciencia del Don?-, y con ella la gracia, que nos sostiene, nos impele, nos perdona. Todas las avenidas del mundo, sus calles, las vías del tren, las carreteras y hasta los caminos más agrestes y humildes tienen como destino la santidad. La vida del hombre sobre la tierra es ese recorrido de amor. Aunque de continuo haya tentaciones, trampas, coacciones, y lleguemos a pensar que la fiesta va por otra parte, que sin Dios se vive mejor, más tranquilo. Pero, ¿qué clase de vida puede haber sin Dios? Y nos perdemos en los espejismos de la imaginación o de razones demasiado interesadas, en infelices e intrincados laberintos. La soberbia nos atenaza, nos deja el alma maniatada, o seca. ¿Qué pasa entonces? Pues pasa que Dios da la Vida, la auténtica Vida, ésa que no muere ni se pudre. Pasa que un amigo nos habla. Pasa que de pronto no podemos más y nos echamos a llorar. Pasa que somos de carne, pero también de espíritu, y que un buen día nos sobrecoge el sonido de unas campanas o una anciana rezando en un rincón de una iglesia. Pasa que estamos hechos para la santidad, para ser felices, para trascender la idiotez y la frivolidad.
El corazón de multitudes se va apagando en cosas que no llevan a Dios. Es decir, que no son camino de santidad, de alegría cien por cien. Hay un gigantesco negocio de enmascaramiento de la realidad de las almas. Y de la realidad del mundo. Un maquillaje de considerables proporciones. Nos dejamos engañar a veces, o puede que otros quieran permanecer engañados en esa deformación de la vida, y del amor de Dios, que nos da la Vida y santifica todo. ¿Seremos de los conformistas? Ya lo he dicho antes: sólo hay que mirar a nuestro alrededor. Sacar el alma por los ojos y ver, asomarnos a la Belleza de cada detalle que constituye la Creación. Este cielo tan azul, el beso de nuestra mujer (o del marido), la melodía de la lluvia… Es la Gloria de Dios que se nos ofrece cada mañana, que nos urge por nuestro nombre y nos quiere santos (nada de medianías). Si queremos, por supuesto. Si estamos dispuestos a tomarnos el amor y la vida y la fe en serio.
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viernes 24 de septiembre de 2010
Mamá, dílo
del silencio: “¡Hijo mío te quiero!”.
Dímelo ahora en esta noche de martes.
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Guillermo Urbizu
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jueves 23 de septiembre de 2010
De limpieza
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Guillermo Urbizu
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miércoles 22 de septiembre de 2010
Nel mezzo del cammin di nostra vita
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Guillermo Urbizu
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martes 21 de septiembre de 2010
Ya es hora de caer en la cuenta
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lunes 20 de septiembre de 2010
Eres tú lo que me queda
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Guillermo Urbizu
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domingo 19 de septiembre de 2010
El Anticristo
Pero a lo que iba. Estoy con ese trozo del Apocalipsis. “Y vi salir de la mar una bestia, que tenía siete cabezas, y diez cuernos, y sobre sus cuernos diez coronas, y sobre sus cabezas nombres de blasfemia”. Lo releo unas cuantas veces, incluso en latín: Et vidi de mari bestiam ascendentem… Acudo a las notas a pie de página. Y es allí donde me llevo la primera sorpresa. Leo: “Esta bestia, comúnmente sienten los Padres e intérpretes antiguos, que es el Anticristo. La mar de donde sale es este mundo, lleno de inconstancia, de amargura y de peligros. (Y ahora viene lo bueno). Muchos creyeron que se figuraba en esta bestia a Diocleciano, el más cruel de todos los tiranos, y otros el imperio de Mahoma”. Releo con los ojos bien abiertos: “(…) y otros el imperio de Mahoma”. Llevo años escuchándole lo mismo a una persona muy querida por mí. Dicha persona está convencida. Por sentido común sobre todo. Dice que del mal nunca puede salir bien, que de algo que está basado en el odio y en la venganza no puede salir nada bueno. Esta persona no considera al Islam como una religión en si misma. Argumenta que una religión intenta llegar a Dios; conocerle, amarle, respetando a todos los hombres. Y mujeres. Precisamente el trato inicuo a la mujer dentro del imperio de Mahoma y la violencia que propugna para convertir al mundo a su fe es lo que más delata, según ella, su origen perverso.
La verdad es que yo siempre he creído que exageraba un poco. Piensas que se trata de algunos extremistas de mentalidad terrorista, que no puede ser, que incluso dentro del Islam habrá incluso gente buena, incluso santa, según sus parámetros (seguro que las hay, pero no creo que salgan en los telediarios ni que estén a favor de la violencia). Piensas, piensas. Pero ves la realidad, analizas lo que sucede en España y en Europa y en el mundo, y cunde el desencanto, y no pocas veces el pavor, el miedo. Y más cuando Occidente hace dejación de sus creencias, cuando abomina de su propia cultura cristiana, de su propia identidad o personalidad. Lo cual es un hecho, está ocurriendo. Es más, se fomenta por políticos pusilánimes, verdaderos renegados. Una gran parte de nuestra propia sociedad de hecho es ya anticristiana, es terreno abonado para cualquier cosa, por increíble que parezca. ¿Qué ocurrirá en pocas generaciones? No hacen falta muchas luces para intuirlo.
Llego, en mi lectura del Apocalipsis, al versículo 11 y siguientes del mismo capítulo XIII. Llego al final: “Aquí hay sabiduría. Quien tiene inteligencia calcule el número de la bestia. Porque es número de hombre: y el número de ella seiscientos sesenta y seis”. ¡Qué misterioso es todo en este libro! "Es número de hombre". Vuelvo a leer las notas a pie de página. Y aquí me encuentro lo que sigue (y pido perdón por la cita tan extensa, pero es necesario y merece la pena): “ El que tuviere inteligencia, forme el cálculo, y vendrá en conocimiento, que el nombre del Anticristo se compondrá de letras, que tomadas todas juntas, como notas o señales numéricas, formarán el número seiscientos sesenta y seis. Es muy verosímil que será según el valor que les corresponde en el alfabeto griego. Mas así como son muchas las combinaciones que se pueden hacer de aquellas letras griegas, que unidas darán el dicho número (…). Entre los espositores (sic) modernos a unos les parece convenir estas notas a Diocleciano, a otros a Juliano Apóstata, más todos estos son sólo símbolos y precursores del Anticristo. El ya mencionado PASTORINI conjetura con muchos fundamentos, que el Anticristo será un príncipe de la secta de Mahoma, y que por tal es verosímil tome el nombre del autor de esta secta, cuyas letras griegas, sumando el valor numeral que cada una tiene, compone la suma de 666, como se ve por la cuenta siguiente:
Mi…………………..40
Alfa………………… 1
Ómicron…………70
Mi…………………..40
Épsilon…………… 5
Tau……………….300
Iota………………..10
Sigma……………200
Lo reconozco, me quedo de piedra. Como para reflexionar con largueza. Enseguida consulto otras ediciones de la Biblia que tengo en casa. La de la editorial Herder, de 1971, es típica de nuestro tiempo, no se moja. Dice sucintamente: “El significado del número 666 hasta hoy no está aclarado satisfactoriamente”. Pues muy bien. La versión de Nácar y Colunga se explaya algo más: “El nombre de la bestia está escrito en cifras cuyo valor es 666, o, según algunos manuscritos, 616. Estas cifras están representadas por letras, que no sabemos si estarán tomadas del alfabeto griego o del hebreo, puesto que el autor quiere aquí envolver en el misterio el nombre de la bestia. Por esto son muchos los nombres que se han propuesto, y todos convienen a designar a Roma, al César o a un emperador en particular, v.gr. Nerón”. ¿Todos? Todos no desde luego. Don Felipe Scio y el teólogo Pastorini (autor de una muy interesante Historia general de la Iglesia Cristiana) apuntan también sin tapujos a Mahoma. Otra versión moderna es la de Franquesa y Solé, de 1970, en la editorial Regina. Apuntan dichos escrituristas: “Si sumamos las letras de César-Nerón en su forma hebrea nos da 666. Así como el valor numérico del nombre de Jesús en hebreo es 888, símbolo de superplenitud, así el de la Bestia es 666, símbolo de fracaso, impotencia, derrota progresiva”. Y en otra edición -de 1858- que reproduce la de Scio, pero revisada por Don José Palau, sólo se añade a la nota que San Juan escribió en griego. Lo cual da más verosimilitud a la equivalencia numérica con el alfabeto de dicha lengua.
Desde luego la mención de Mahoma como nombre del Anticristo es chocante. Sobre todo porque casi nadie lo menciona. Más en este ambiente insípido y virtual de lo políticamente correcto en el que vivimos, o creemos vivir. Es curioso que en las ediciones del XX ni se mencione tal posibilidad. Supongo que algo tendrá que ver el ecumenismo, etc. Yo no sé si Mahoma y su doctrina será el Anticristo. Que cada uno cavile libremente. Pero que de hecho es y ha sido siempre anticristiana no tiene la menor duda. A la vista está de todo el que quiera estar informado. Ya no sólo me refiero al vil terrorismo contra Occidente y su decadencia, me refiero a la constante persecución de los cristianos en los países donde rige el Corán como código religioso y civil y penal...
Soy consciente de que no revelo nada nuevo, pero asusta pensar en esa posibilidad. Y que la mayoría de los cristianos nominales se lo tome a broma aún me asusta todavía más. Que Dios nos ayude. Porque como no andemos espabilados nos van a dar por todas partes. Como ya nos están dando.
PD. Y ya en harina voy a leer los Cuatro sermones sobre el Anticristo, del recién beatificado John Henry Newman que acaba de publicar la editorial El buey mudo.
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Guillermo Urbizu
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sábado 18 de septiembre de 2010
El amor de Dios en cualquier lugar y circunstancia
Me da pena ver los confesionarios vacíos, me da pena ver a Cristo tan solo, me da pena ver tantos y tantos bancos sin reclinatorio. Y me da pena que Dios Hijo esté en un rincón de la iglesia, y que el sagrario sea tan tosco, y que las flores sean artificiales, y que yo sea como soy: más tosco aún que esos metales, y con menos perfume de alma viva que esas flores. Saludo a la Virgen, a María. Lo sé. El Señor prefiere las flores de las almas, la compañía de las almas. “No vienen, no vienen”. Y yo me despisto con los cristales de colores o devanando fruslerías. Pienso en los ángeles que están aquí. No los veo, pero están. Adorando. Quisiera ir a besar el altar y el sagrario. Quisiera no irme nunca de Dios. Nunca. Ni de noche ni de día. Que mi hogar sea Él, Su trato más asiduo, constante, fiel. ¿Dónde descansar mejor que en la intimidad del Señor? Me atrevo a decirlo: soy feliz. Pero soy feliz por Él, que Se empeña en quererme, en sostenerme, en perdonarme. La felicidad -no quiero engañarme- es estar con Dios, es amarle. Y todo lo demás por Él y para Él. El principal desengaño del mundo proviene de un solo factor: no estamos lo suficientemente atentos a las cosas de Dios. Y lo que es peor: renegamos de Él, de Su infinito Amor.
Un sacerdote pasa a mi lado. Sé que lo es porque le conozco de cara. Pero por su atavío pudiera ejercer cualquier otra profesión u oficio. Seguramente es santo, pero me apena. Como me apena que pase por delante de Dios sin una sencilla genuflexión o algo. Me levanto después de un rato. Se está bien con Cristo, en esta especie de Betania que es toda iglesia, donde Él viene con su propio Cuerpo y Su propia Sangre. Para estar con nosotros, para charlar de lo que queramos, o para dejarnos llevar por la gracia que emana de su Presencia, sin pensar o sentir nada especial. Sencillamente. Divinamente. Beso de nuevo el Cristo, esa talla tan extraordinaria de la Redención del pecado, del arte sacro y enamorado. Los confesionarios siguen vacíos, y eso que hay almas que rondan. Salgo. No soy nadie, pero Dios es mi Padre, y viene conmigo, y me hace ser consciente de este otro templo que es la calle, que es donde se desarrolla mi vocación cristiana, que es donde sobre todo me espera. Para cambiar las cosas. Para santificarme y santificarlas.
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viernes 17 de septiembre de 2010
Poesía
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jueves 16 de septiembre de 2010
Las novelas de misterio y el significado de la vida
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miércoles 15 de septiembre de 2010
Nocturno
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martes 14 de septiembre de 2010
Collage autobiográfico
(1) Un hombre que duerme, de Georges Perec (Impedimenta).
(2) Oblómov, de Iván A. Goncharov (Alba).
(3) Viaje al silencio, de Sara Maitland (Alba).
(4) Elogio de la sombra, de Jorge Luis Borges (Alianza).
(5) Escritos esenciales, de Thomas Merton (Sal Terrae).
(6) Más virutas de taller, 2004-2009, de Miguel d’Ors (Los papeles del sitio).
(7) Memorias de ultratumba, de Chateubriand. (Bibliteca Avrea, Cátedra).
(8) Canciones (“Hay mujeres que cuando se callan pueden hacer milagros”), de Luis Rosales (Trotta).
(9) La tentación del fracaso. Diario personal (21-II-1958), de Julio Ramón Ribeyro (Seix Barral).
(10) Escolios a un texto implícito, de Nicolás Gómez Dávila (Atalanta).
(11) Dublinesca, de Enrique Vila-Matas (Seix Barral).
(12) Diarios, de Léon Bloy (Acantilado).
(13) Poesías completas, de Rubén Darío (Galaxia Gutenberg).
(14) Las musarañas, de José Antonio Muñoz Rojas (Pre-textos).
(15) El hilo azul, de Gustavo Martín Garzo (Aguilar).
(16) Escribir (una antología), de Henry David Thoreau (Pre-textos).
(17) Primera frase de Bartleby, el escribiente, de Herman Melville (Siruela).
(18) Mortal y rosa, de Francisco Umbral (Cátedra).
(19) La tentación del fracaso. Diario personal (París, enero de 1966), de Julio Ramón Ribeyro (Seix Barral).
(20) Errata, de George Steiner (Siruela).
(21) Vidas imaginarias, de Marcel Schwob (Valdemar).
(22) El mundo de ayer (memorias de un europeo), de Stefan Zweig (Acantilado).
(23) Los límites de la cordura, de G. K. Chesterton (El buey mudo).
(24) Diarios, de L. Bloy (Acantilado).
(25) Hojas de Madrid, de Blas de Otero (Galaxia Gutenberg).
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lunes 13 de septiembre de 2010
Felicidades
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domingo 12 de septiembre de 2010
¿Qué es el pecado?
Nada hay mejor en el mundo que estar en gracia de Dios.
SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ
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sábado 11 de septiembre de 2010
Hay palabras que brillan
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viernes 10 de septiembre de 2010
Aquellos días y aquellas lecturas
Recuerdo que mis suegros en el tradicional intercambio de regalos -cuando el novio va (o iba) a pedir la mano de la novia-, por mi tozudez tuvieron que agraciarme con un par de suculentos libros, y no con el reloj de rigor, como se estilaba al menos entonces. ¿Para qué quería yo un reloj si ya tenía uno y lo que deseaba de verdad era un buen montón de libros? Pasas por raro, pero ya te acostumbras. Son cientos y cientos los volúmenes y títulos que he ido leyendo y que poseo. Y me hace feliz ir de estante en estante, y remover, y sentarme en el suelo o en una silla cercado de portadas y lomos y libros abiertos por distintos sueños. Y me parece vivir en el torreón de Montaigne, o en la biblioteca de don Pío Baroja en Vera o en la que vi en casa de don Miguel Sancho Izquierdo. Últimamente pienso en momentos estelares de mis lecturas, en esos espacios y edades donde leí más a mis anchas, sin interrupciones. El parque Primo de Rivera o Parque Grande de mi ciudad, acompañado por Balzac y su Comedia Humana o por André Maurois (al que nadie lee ahora); los campos del Jiloca -¡tantos rincones!- acompañado por Luis Rosales, por Erasmo, por las cartas de Keats a Lord Houghton, por Galdós o por La montaña mágica de Thomas Mann; la terraza de Jaca que da a unos chopos y a la luna, tan unida en mí a Dostoyevski, a Stevenson, a Conan Doyle y a Las mil y una noches…
Siempre con libros. Paseando a pie o en bicicleta. El intento de encontrar un lugar idílico, en paz, y leer hasta que se haga de noche. Esas largas horas de entonces que parecen no querer volver, con la vida tan llena de compromisos que no sé para qué. ¿Cómo no pensar con nostalgia en aquella habitación donde leí de un tirón Muerte en Venecia y La consolación de la filosofía? ¿O en aquella otra terraza donde quedé fascinado por primera vez con Borges, en una antología de Cátedra? ¡Son tantos los autores que vienen a la cabeza! En el sol o en la sombra, junto a un río intemporal, debajo de un sauce, en un desván, en la madrugada… Hasta en un centro comercial, con Pedro Salinas o Roberto Bolaño. Y la biblioteca se extiende con los años, y ya tengo menos prisa por leerlo todo. Me conformo con menos. ¿Quiero leer aquellos libros o quiero volver a aquellos lugares y sentirme otra vez como entonces? Al borde de aquella piscina lapislázuli con mis 20 mayos y con el Diario de Luis Felipe Vivanco en las manos. O todo aquel año de 1979 yendo y viniendo con el volumen de Shakespeare. Será que sin querer -porque yo no quiero- me estoy haciendo viejo.
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Guillermo Urbizu
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jueves 9 de septiembre de 2010
La mística de la Historia
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Guillermo Urbizu
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miércoles 8 de septiembre de 2010
De felicitate
lo que no suele estar en los poemas.
La cama recién hecha, el mismo hombre
que barre ahora en silencio las aceras;
la liturgia de la luz en el alma
de Ana, que estrena una mirada nueva;
la presencia de Dios en la belleza
más secreta de las cosas pequeñas.
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martes 7 de septiembre de 2010
La vida, los libros, el alma
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lunes 6 de septiembre de 2010
Paso a paso
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domingo 5 de septiembre de 2010
Papá
“Papá, ¿en qué equipo de la NBA juega Rudy Fernández?”. “Papá, que pongo yo la mesa”. “Papá, ya sabes, me debes cinco euros”. “Papá, ¿me dejas el ordenador?”. “Papá, ¿a qué hora llega mamá?, es que tengo hambre”. “Papá, necesito unos zapatos”. “Papá, esta tarde ¿qué haremos?”. “Papá, antes de que empiece el cole tenemos que ir a ver Los mercenarios”. “Papá, ¿puedo comerme un helado?”. “Papá, ¿qué estás escribiendo?”. “Papá, ¿este libro tan viejo es chulo?”. “Papá, ¿por qué te gusta tanto el perfume de mango?”. “Papá, me ha salido un grano”. “Papá, hemos barrido la casa”. “Papá, te llaman desde México”. “Papá, ¿cómo te puede gustar esa música tan triste?”. “Papá, no tengo calcetines para el colegio”. “Papá, ¿por qué se divorcia la gente?”. “Papá, te recuerdo que hay que pagar a la dentista”. “Papá, casi he terminado con el libro que estoy leyendo, para que lo sepas”. “Papá, ¿puedo comerme otro helado?”. “Papá, ¿hay en el mundo algún poeta rico?”. “Papá, llama a mamá, dile que venga volando”. “Papá, esta tarde me voy a la piscina”. “Papá, ven a ver El príncipe de Bel Air, es buenísimo?”. “Papá, ¿dónde está el libro de familia numerosa?”. “Papá, después de comer a mí no me toca poner el lavavajillas, aviso”. “Papá, por cierto, ¿tienes dinero?”. “Papá, tienes mala cara”. “Papá, a ver si viene mamá que ya va siendo hora”. “Papá, un mensajero”. “Papá, ¿por qué no hablas?”. “Papá, siempre estás leyendo o escribiendo, eres un aburrido”. “Papá, es que no te enteras de nada”.
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sábado 4 de septiembre de 2010
Si es que siempre me confieso de lo mismo
Te cansas de caer, de ser tan repetitivo en tus pecados. Sientes vergüenza (a buenas horas). Más por ti que por amor a Dios. No, si malo no eres, pero te quedas en neutro, en apático. A medio camino de todo y de nada. Tibio no pocas veces. Es como si te diera igual. Que ya sé que no, que tu corazón quiere ser de Dios e ir al Cielo y tal. Bueno, ¿y para cuándo lo dejas? Pecar siempre vas a pecar, pero no vendría mal un poco de puesta a punto espiritual (para eso está la dirección espiritual, que orienta y exige), y dejar de engañarte de una vez con las medianías que sueles. ¡Cuánta compasión te tienes! Se trata de tomarte en serio a Dios, es decir, tu fe. Y el secreto de todo ello está en el amor, y el secreto del amor es la voluntad. El momento, la ocasión, el instante de decidirse. Hoy, ahora. Ya, por fin. Católico coherente, católico de frente. Confesándote con dolor y enmienda de lo mismo. Pues de lo mismo. Y con el mismo cura, si es posible. Esto es importante. Por aquello de ir a la raíz y al matiz, de sacar mayor fruto a la gracia del sacramento, de no conformarte. Sin buscar a otros sacerdotes comodines, no vaya a pensar el otro -cavilas-, el tuyo, que eres un desastre, un animal, un reincidente sin remedio o un solemne idiota.
Dios no se acostumbra a perdonarte. Te busca, te quiere. Le urge estar contigo (¿te urge a ti estar con Él?). Hay que ir rápido a confesarse. Raudo. A limpiar los ojos y el alma. A volver a empezar. Con más ímpetu en la piedad y en el testimonio de tu vida. Postrándote, de rodillas. Solo no puedes. Ni hablar. Es Dios el que te saca adelante, el que posa de nuevo en ti Su misericordia y logra que de cuando en cuando saborees la felicidad. Recuerda: “Jesús, mirándolo, lo amo”. Pues eso. Y eso es la confesión. Confesarse siempre de lo mismo es querer volver a Su mirada, es no conformarse con mentiras y tristezas lánguidas. ¿Te confiesas de lo mismo? Vale, bien, Satanás apunta siempre a tus puntos más débiles o desguarnecidos: a ese carácter que oscila o a ese corazón que se envilece. Confesarse es un acto de amor tan enorme que puede que perdamos de cuando en cuando conciencia de su magnitud eterna. Confesarse -si es de lo mismo pues de lo mismo y las veces que haga falta-, confesarse te digo es desear la santidad como único destino. Es confiar en Dios y desconfiar de todo aquello que nos aleje de Él.
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Guillermo Urbizu
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viernes 3 de septiembre de 2010
Día tras día
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Guillermo Urbizu
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jueves 2 de septiembre de 2010
Y te quedas deshabitado
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Guillermo Urbizu
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miércoles 1 de septiembre de 2010
Cosas y más cosas
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Guillermo Urbizu
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