Después del placer de poseer libros,poca cosa hay más dulce que hablar de ellos.
CHARLES NODIER (Citado por el autor)
El lector apasionado y compulsivo lee para respirar, necesita llevar siempre consigo algún libro. Cualquier momento es bueno. Los paisajes, el frescor de la brisa o la terraza de un bar se valoran tanto en cuanto te permiten leer. Y vas pasando las páginas de una felicidad íntima y quizá fugaz, puede ser, pero felicidad al cabo. Subrayas unas líneas o quizá te enfadas por haber olvidado las gafas. Ya tienes en la cabeza el próximo libro o libros que quieres devorar. Pero al llegar a casa una referencia de un escritor o puede que un recuerdo hace que leas a Catulo o unos relatos de Pitol. Y amontonas los libros por tu vida, y te preocupa no tener ese espacio suficiente (¿es alguna vez suficiente?) para guardarlos todos en orden y después soñar con quedarte en el centro de esa habitación para contemplarlos a tu antojo. No es ninguna bobada el vivir entre libros, y leerlos con agradecimiento. Ya no es sólo la memoria, la esperanza o la inteligencia las que salen fortalecidas. Es el alma, señores míos, el alma la que se adentra en el significado y densidad y esencia de las cosas.
Amar a los libros es algo más que una pasión. Un lector empedernido es un hombre que no se conforma con el mundo tal y como dicen que es. Abrir un libro es eso: el intento de asomarse a la verdad, de conocer con más detenimiento la vida; es tomar aliento para ir más allá, sean cuales sean las circunstancias. Un tipo que lee parece quieto, pero no lo está. Es un conquistador y un seductor. Un tipo que lee es uno de los grandes dones para la sociedad o para el trabajo donde desarrolle su actividad o para su familia. No es algo inútil, es un continuo hallazgo espiritual. Un autobús no es lo mismo con un lector dentro. O un vagón del metro o una casa. Un lector transmite sosiego -“papá, me relaja verte leer”- y curiosidad y la posibilidad de una conversación decente. Cuando detectamos a un lector nos intriga lo que lee, y nos seduce. Quien más quien menos quiere ser como él, hay como una secreta envidia. “Si tuviera tiempo”, “si la vida me dejara”, es lo que se suele oír (¡ay, las horas muertas que se pasan delante de la televisión o Internet!). Y cuando vemos una nutrida biblioteca se siente uno a gusto, y te quedas con el alma abierta, además de la boca.
Y el lector asiduo de novelas, ensayos, cuentos o poesía llega un momento en que disfruta leyendo experiencias de otros lectores. Le encanta saber los detalles de otras bibliotecas, y ver fotografías de las mismas. Le fascina saber las confidencias de esos lectores, sus gustos, sus pequeñas manías e intríngulis. Yo confieso mi especial debilidad por este tipo de libros. Hay autores que no pueden dejar de manifestar este apasionado amor bibliómano. ¿Cuentan algo nuevo? Puede que sí, puede que no, pero no hay quien te quite la satisfacción de ese amor compartido. Reconozco que la familia Baroja se me hace muy interesante por su casa de Itzea, donde don Pío y su sobrino Julio Caro Baroja después, y ahora el otro sobrino Pío Caro, han ido formando una biblioteca de la que estoy prendado y que espero no desaparezca nunca. Es un ejemplo entre mil. Y disfrutas leyendo historias de la lectura (la mejor es la de Alberto Manguel, editada por Alianza primero y luego por Lumen), y La pasión por los libros de Francisco Mendoza (Espasa), y Mundolibros de Petroski (Edhasa), y 84, Charing Cross Road de Helene Hanff (Anagrama), y Ex Libris de Anne Fadiman (Alba), y Una vida entre libros de Lewis Buzbee, o Leer para contarlo de José Luis Melero (Biblioteca Aragonesa de Cultura) que son los primeros que me han venido a la cabeza.
Y estos días he leído Bibliotecas llenas de fantasmas, de Jacques Bonnet y Metamorfosis de la lectura, de Román Gubern (los dos títulos editados por Anagrama). Sobre todo con el libro de Bonnet es como si alguien me hubiera ido leyendo el pensamiento, como si el autor hubiera vivido una buena parte de mi vida, pues tal es la fuerza de los libros. El índice habla por si sólo: Decenas de miles de libros, bibliomanías, guardar y ordenar, prácticas de lectura, ¿de dónde vienen?, leer las imágenes, personajes reales y personajes ficticios, el mundo a su alcance y fantasmas de biblioteca. Y la lectura de la particular experiencia libresca del autor son un montón de evidencias que pueblan mi propia existencia. Yo también tengo la suerte de leer en medio del ruido y sin atisbo de cansancio. Escribe Bonnet: “Leer me cansa tan poco como nadar a un pez o volar a un pájaro”. ¿Cómo detenerse en la lectura? “¿Cómo detenerse cuando se vislumbra la oportunidad de escapar de un mundo limitado?”. Yo también -como tantos otros- “siento la necesidad de tener a mi disposición todos los libros”.
El libro de Bonnet no deja de ser un acto de amor y de público agradecimiento hacia los libros. Y la expresión de cierta nostalgia. (El de Gubern transita sobre los cambios en el soporte, en la evolución tecnológica vertiginosa que parece que va a dejar trasnochado dentro de unos siglos el libro tal y como lo conocemos; nos explica desde la articulación del lenguaje y sus primeras expresiones escritas, pasando por todos los cambios que han ido sucediendo, su significación y su evolución). Este acto de amor que nos lleva a guardar los libros como una parte sustancial de nuestra memoria y de nuestra alma lo expresa muy bien Jacques Bonnet en la pág.32 del libro: “El libro es la valiosa materialización de una emoción, o la posibilidad de sentirla algún día, y separarse de él sería correr el riesgo de crear un grave vacío”.
En los libros está el alma del mundo, el significado de una buena parte de su misterio y maravilla. ¿Cómo voy a desprenderme de ellos? ¿Cómo no voy a reconocer y a enamorarme de esa revelación constante de belleza y sabiduría?